vasija. Una vez en su poder la aplicó á sus labios por un pequeño portillo, presumiendo que tal vez por allí no habrían bebido ni la vieja ni sus malditos nietos. Aquella familia se deshizo en aplausos viéndole beber, y preguntando el cazador la causa de aquel regocijo, la vieja contestó:
— Tiene V. el mismo gusto que nosotros. Por ese portillito bebemos todos en casa.
Nuestro hombre salió de la cabana pensando morir.
Entró Quevedo en un locutorio de monjas á visitar una que tenia fama de muy literata y muy aguda, pero que por desgracia era tuerta.
Quevedo, que llevaba segunda intención, se puso á mirar por todos los rincones como si buscase alguna cosa.
— ¿Qué busca V., Sr. D. Francisco? preguntó la monja con algún interés.
— Señora, respondió Quevedo con socarronería, busco un ojo.
— No se canse V. en buscarlo, contestó la monja sentándose, que sobre él estoy.
Disputando un caballero con otro que era cojo, le decia enojado:
— Yo le haré á V. asentar el pié llano, cojo de Barrabás.
— Si pudiera V, hacer eso, señor mió, contestaba el cojo, no lo tendría á V. por enemigo.
Hé aquí un diálogo curioso entre un tonto y un hombre de talento:
— Caballero, sé positivamente que en la reunión de la condesa ha dicho V. de mí que era un necio.