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ROBERTO ARLT

Algunas veces en la noche. —Hay rostros de doncellas que hieren con espada de dulzura. Nos alejamos, el alma nos queda entenebrecida y sola, como después de una fiesta.

Realizaciones excepcionales... se fueron y no sabemos más de ellas, y sin embargo nos acompañaron una noche teniendo la mirada fija en nuestros ojos inmóvil... y nosotros heridos con espadas de dulzura, pensamos como sería el amor de esas mujeres con esos semblantes que se adentraron en la carne. Congojosa sequedad del espíritu, peregrina voluptuosidad áspera y mandadora.

Pensamos como inclinarían la cabeza hacia nosotros para dejar en dirección al cielo sus labios entreabiertos, como dejarían desmayarse del deseo sin desmentir la belleza del semblante un momento ideal, pensamos como sus propias manos trizarían los lazos del corpiño...

Rostros... rostros de doncellas maduras para las desesperaciones del júbilo, rostros que súbitamente acrecientan en la entraña un desfallecimiento ardiente, rostros en los que el deseo no desmiente la idealidad de un momento ¡como vienen a ocupar nuestras noches!

Yo me he estado horas contínuas persiguiendo con los ojos la forma de una doncella que durante el día me dejó en los huesos ansiedad de amor.

Despacio consideraba sus encantos avergonzados de ser tan adorables, su boca hecha tan sólo para los grandes besos; veía su cuerpo sumiso apegarse a la carne llamadora de su desengaño, e insistiendo en la delicia de su abandono, en la magnífica pequeñez de sus partes destrozables, la vista ocupada por el semblante, por el cuerpo joven para el tormento y para una maternidad, alargaba mi brazo hacia mi pobre carne, y hostigándola la dejaba acercarse al deleite.

En aquel momento don Gaetano volvía de la calle y pasó hacia la cocina. Miróme ceñudo más no dijo nada, y yo