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EL JUGUETE RABIOSO

Pensé:

—Y así es la vida, y cuando yo sea grande y tenga un hijo, también le diré: "Tienes que trabajar. Yo no te puedo mantener". Así es la vida. Un ramalazo de frío me sacudía en la silla.

Ahora, mirándola, observando su cuerpo tan mezquino, se me llenó el corazón de pena.

Creía verla fuera del tiempo y del espacio, en un paisaje sequizo, la llanura parda y el cielo metálico de tan azul. Yo era tan pequeño que ni caminar podía, y ella flagelada por las sombras, angustiadísima, caminaba a la orilla de los caminos, llevándome en sus brazos, calentán. dome las rodillas con el pecho, estrechando todo mi cuerpecito contra su cuerpo mezquino, y pedía a las gentes para mí, y mientras me daba el pecho, un calor de sollozo le secaba la boca, y de su boca hambrienta se quitaba el pan para mi boca, y de sus noches el sueño para atender a mis quejas, y con los ojos resplandecientes, con su cuerpo vestido de míseras ropas, tan pequeña y tan triste, se abría como un velo para cobijar mi sueño.

¡Pobre mamá! Y hubiera querido abrazarla, hacerle inclinar la emblanquecida cabeza en mi pecho, pedirle perdón de mis palabras duras, y de pronto en el prolongado silencio que guardábamos, le dije con voz vibrante:

—Sí, voy a trabajar, mamá.

Quedamente.

—Esta bien, hijo, esta bien... y otra vez la pena honda nos selló los labios.

Afuera, encima la sonrosada cresta de un muro, res plandecía en lo celeste un fúlgido tetragrama de plata.

Don Gaetano tenía su librería, mejor dicho su casa de