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EL JUGUETE RABIOSO

llegamos a convencernos de que robar era acción meritoria y bella; peso sí sé que de mutuo acuerdo, resolvimos organizar un club de ladrones, del que por el momento, nosotros solos éramos afiliados.

Más adelante veríamos... y para iniciarnos dignamente decidimos comenzar nuestra carrera desvalijando las casas deshabitadas. Esto sucedía así:

Después de almorzar, a la hora en que las calles están desiertas, discretamente trajeados salíamos a recorrer las calles de Flores o Caballito.

Nuestras herramientas de trabajo eran:

Una pequeña llave inglesa, un destornillador y algunos periódicos para empaquetar lo hurtado.

Donde un cartel anunciaba una propiedad en alquiler, nos dirigíamos a solicitar referencias; compuestos los modales y compungido el rostro. Parecíamos los monaguillos de Caco.

Una vez que nos habían facilitado las llaves, con objeto de conocer las condiciones de habitabilidad de la casa en alquiler, salíamos presurosos.

Aún no he olvidado la alegría que experimentaba al abrir las puertas. Entrábamos violentamente; ávidos de botín recorríamos las habitaciones tasando de rápidas ojeadas la calidad de lo robable.

Si había instalación de luz eléctrica, arrancábamos los cables, portalámparas y timbres, las lámparas y los conmutadores, las arañas, las tulipas y las pilas; del cuarto de baño, por ser niqueladas, las canillas y las de la pileta de la cocina por ser de bronce, y no nos llevábamos puertas o ventanas para no convertirnos en mozos de cordel.

Trabajábamos instigados de cierta jovialidad dolorosa, un nudo de ansiedad detenido en la garganta, y con la presteza de los transformistas en las tablas, riéndonos sin motivo, temblando por nada.

Los cables colgaban en pingajos de los plafones des-