—Yo no soy un perverso, soy un curioso de esta fuerza enorme que está en mí — y callé.
—Siga, siga...
—Todo me sorprende. A veces tengo la sensación de que hace una hora que he venido a la tierra y de que todo es nuevo, flamante, hermoso. Entonces abrazaría a la gente por la calle, me pararía en medio de la vereda para decirles: ¿Pero Vds. porque andan con esas caras tan tristes? si la Vida es linda, linda... ¿no le parece a Vd.?
—Sí...
—Y saber que la vida es linda me alegra, parece que todo se llenara de flores... dan ganas de arrodillarse darle las gracias a Dios, por habernos hecho nacer.
—¿Y Vd. cree en Dios?
—Yo creo que Dios es la alegría de vivir. ¡Si Vdsupiera! A veces me parece que tengo un alma tan grande como la iglesia de Flores... y me dan ganar de reír, de salir a la calle y pegarle puñetazos amistosos a la gente...
—Siga...
—¿No se aburre...?
—No, siga...
—Lo que hay, es que esas cosas uno no se las puede decir a la gente. Lo tomarían por loco. Y yo me digo: ¿que hago de esta vida, que hay en mí? y me gustaría darla... regalarla... acercarme a las personas y decirles: ¡Vds. tienen que ser alegres! ¿saben? tienen que jugar a los piratas... hacer ciudades de mármol... reírse... tirar fuegos artificiales...
Arsenio Vitri, se levantó, y sonriendo dijo:
—Todo eso está muy bien, pero hay que trabajar. ¿En qué puedo serle útil?
Reflexioné un instante, luego.
—Vea; yo quisiera irme al Sur... al Neuquén...