locoide con ciertas mezclas de pillo; pero Rocambole no era menos: asesinaba... yo no asesino. Por unos cuantos francos le levantó falso testimonio a "papá" Nicolo y lo hizo guillotinar. A la vieja Fipart que le quería como una madre la estranguló, y mató... mató al capitán Williams, a quien él debía sus millones y su marquesado. ¿A quién no traicionó él...?
De pronto recordé con nitidez asombrosa este pasaje de la obra:
"Rocambole olvidó por un momento sus dolores físicos. El preso cuyas espaldas estaban acardenaladas por la vara del Capataz, se sintió fascinado: parecióle ver desfilar a su vista como un torbellino embriagador, París, los Campos Eliseos, el Boulevard de los Italianos, todo aquel mundo deslumbrador de luz y de ruido en cuyo seno había vivido antes".
Pensé.
—¿Y yo?... ¿yo seré así...? ¿no alcanzaré a llevar una vida fastuosa como la de Rocambole? Y las palabras que antes le había dicho al Rengo, sonaron otra vez en mis orejas, pero como si las pronunciara otra boca:
—"Sí, la vida es linda Rengo... Es linda. Imaginate los grandes campos, imaginate las ciudades del otro lado del mar. Las hembras que nos seguirían, y nosotros cruzaríamos como grandes "bacanes" las ciudades que están al otro lado del mar".
Despacio, se desenroscó otra voz en mi oído:
—Canalla... sos un canalla.
Se me torció la boca. Recordé a un cretino que vivía al lado de mi casa y que constantemente decía con voz nasal:
—"Si yo no tengo la culpa".
—Canalla... sos un canalla..
—"Si yo no tengo la culpa..." —¡Ah! canalla... canalla...