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ROBERTO ARLT

ta fría... ¡Ah Silvio, Silvio! — y por la ojera carminosa le descendía una lágrima pesada.

Sentí que anochecía en mi espíritu y apoyé la frente en su regazo, en tanto que creía despertar en una comisaría, para distinguir entre la neblina del recuerdo, un círculo de hombres uniformados que agitaban los brazos en torno mío.