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EL JARDÍN DE LOS CEREZOS
Lubova. (Deteniéndole.)

No se vaya usted. Acaso haya modo de arreglar algo.

Lopakhin.

¿Se le ha ocurrido alguna idea?

Lubova.

Se lo suplico, no se aleje... Su presencia nos consuela. He gastado más de lo que debía. Mi marido murió, y quedé tan joven y tan sola... Cometí una grave falta casándome por segunda vez... En ese río se ahogó mi único hijo, mi pobre Grischa. Loca de dolor, me fui al extranjero para no volver a ver más ese río fatal. Entonces cerré los ojos a la realidad y huí en busca de nuevos horizontes, y mi segundo marido me siguió; era un ser grosero, que me trataba sin piedad. Compré la «villa» cerca de Menton porque él había caído enfermo y necesitaba un clima templado, y por espacio de tres años no tuve reposo, ni de día ni de noche. Este año último, la villa fué vendida por reclamación de mis acreedores. Me instalé en París. Mi segundo marido, el infame, robóme lo que pudo, y me abandonó, para irse con otra. Traté de envenenarme... Luego me asaltó el ansia de regresar a mi país. ¡Dios misericordioso, no me castigues más! (Saca de su bolsillo un telegrama.) He aquí que el miserable me suplica que vuelva cerca de él y que le perdone. (Rompe el telegrama. A lo lejos, óyese una música.)