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EL CAMALEÓN

perro anduviera errante. ¡Yo sabré arreglarlo! ¡Andirin—añade volviéndose hacia el municipal—, averigua de quién es el perro. ¡Habrá que matarlo inmediatamente! Este perro debe de estar rabioso... ¿Me oyes? ¿De quién es el perro...?

—Creo que es del general Gigalof—replica una voz.

—¡Del general! Hum... Andirin, ayúdame a quitarme el abrigo... ¡Qué calor! ¡Habrá tormenta...! No comprendo. ¿Cómo este cuadrúpedo ha podido morderte? Ni siquiera puede alcanzar a la altura del dedo. ¡Es chiquito y tú eres un hombretón! Te habrás arañado el dedo tú mismo con un clavo, y luego echas la culpa al perro. ¡Te conozco...! ¡Sois una gentecilla...! ¡Os conozco, demonios...!

—Es que, para divertirse él, puso un cigarrillo encendido en el hocico del perro, el cual incurrió en la cólera de pegarle un mordisco... Este hombre es un pendón. ¡Quítate de nuestra presencia!

—¡Mientes, tueste! ¿No lo viste por tus propios ojos? En tal caso, ¿a qué mentir? Vuecencia es un hombre de entendimiento y dilucidará quién es el embustero y quién dice la verdad, como si la dijera ante Dios... Y si le parece que soy un farsante, vamos al Tribunal. Las leyes lo dicen: «Ahora todos son iguales...» Además, si queréis saberlo, tengo un hermano que es gendarme...

—¡Cállate!

—No; este perro no es del general—dice con aire convencido el municipal—. Los del general son diferentes..., todos los suyos son de caza...

—¿Estás cierto?