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ANTÓN P. CHEJOV

—Tienen ustedes que andar lejos para volver a su casa—observa Nodejda Steparovna—. ¿Por qué no pernoctarían aquí? Koromislof dormirá en el sofá, y usted, Smerkolof, en la cama de Petia... A Petia le pondríamos en el gabinete de mi marido... ¿Verdad? ¡Quédense ustedes!

Cuando el reloj da las dos todo queda silencioso... La puerta del dormitorio se abre y aparece Nodejda Steparovna.

—¡Pablo! ¿Duermes?—dice en voz baja.

—No. ¿Qué quieres?

—Ves, querido mio, acuéstate en el sofá, en tu gabinete; en tu cama se acostará Olga Cirilovna. La hubiera puesto a ella en el gabinete; pero tiene miedo de dormir sola. ¡Anda, levántate!

Zaikin se incorpora, vístese la bata, y cogiendo su almohada, se dirige hacia su gabinete... Al llegar a tientas hasta el sofá enciende un fósforo y ve que en el diván está Petia. El niño no duerme, y fija sus grandes ojos en el fósforo.

—Papá, ¿por qué los mosquitos no duermen de noche?

—Porque..., porque...—murmura Zaikin—porque nosotros, tú y yo, estamos aquí de más..., no tenemos ni donde dormir.

—Papá, ¿y por qué Olga Cirilovna tiene pecas en la cara?

—¡Déjame; me fastidias!

Zaikin reflexiona un poco, y luego se viste y sale a la calle a tomar el fresco... Mira el cielo gris de la madrugada, contempla las nubes inmóviles, oye el grito