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ANTÓN P. CHEJOV

rublos. Es verdad que la naturaleza cuesta más, no lo dudo... los idilios y el resto, pero con nuestro sueldo de empleados, cada céntimo tiene su valor. Gasta uno sin hacer caso de algunos céntimos y luego no duerme en toda la noche... Sí... Yo, señor mío, aunque no tengo el gusto de conocer su nombre y apellido, puedo decirle que percibo un sueldo de dos mil rublos al año, tengo categoría de consejero y, a pesar de esto, no puedo fumar otro tabaco que el de segunda calidad, y no me sobra un rublo para comprarme una botella de agua de Vichy, que me receta el médico contra los cálculos de la vejiga.

—En efecto; todo está mal—dice Zaikin después de una pequeña meditación—. ¿Quiere saber usted mi opinión? El veraneo ha sido inventado por las mujeres y el diablo. Al diablo le guiaba su maldad y a las mujeres su ligereza. ¡Usted comprenderá que esto no es una vida! ¡Esto es un presidio! Hace calor, está uno sofocado, respira con dificultad y, no obstante, tiene que zarandearse como un alma en pena y carecer casi de albergue. Allá en la ciudad no quedan ni muebles ni servidumbre... Todo se lo llevaron al campo... Hay que alimentarse pésimamente. Imposible tomar el te, porque no se encuentra quien encienda el samovar. Yo no me lavo. Vengo aquí, al seno de la Naturaleza, y me cabe el gusto de andar a pie con este calor... ¡Una porquería! ¿Está usted casado?

—Sí... Tengo tres hijos...—responde el del pantalón rojo.

—¡Abominable...! Es asombroso. Parece increíble que aun estemos vivos.