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Casa-habitación en la finca de Lubova Andreievna. Aposento ñlamado «de los niños», porque allí durmieron siempre los niños de la familia. Una puerta comunica con el cuarto de Ania. Muebles sólidos, de caoba barnizada, estilo 1830. Macizo velador. Amplio canapé. Viejo armario. En las paredes, litografías iluminadas. Despunta el alba de un día del mes de mayo. Luz matinal, tenue, propia de los crepúsculos del Norte. Por la ancha ventana, el jardín de los cerezos muestra todos sus árboles en flor. La blancura tenue de las flores armonizase con la suave claridad del horizonte, que se ilumina poco a poco. El jardín de los cerezos es la belleza, el tesoro de la finca; es el orgullo de los propietarios. Aquí están Dumiascha, en pie, con una vela en la mano; Lopakhin, sentado, con un libro abierto delante de sus ojos.


Lopakhin. (Aplicando el oído.)

Paréceme que el tren ha llegado por fin. ¡Gracias a Dios! ¿Puedes decirme qué hora es?

Duniascha.

Son las dos. (Apaga la bujía.) Ya lo ve usted, amanece.

Lopakhin

El tren lleva dos horas de retraso, por lo menos. Pero ¿quién se admira ya de los retrasos de trenes?