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Don Quijote.

malas, sin que le tocárades en el olor, que por él siquiera sacára- mos lo que estaba encubierto debajo de aquella fea corteza, aunque para decir verdad, nunca yo ví su fealdad, sino su hermosura, á la cual subia de punto y quilates un lunar que tenia sobre el labio de- recho á manera de bigote, con siete ó ocho cabellos rubios como hebras de oro, y largos de mas de un palmo.-A ese lunar, dijo Don Quijote, segun la correspondencia que tienen entre sí los del rostro con los del cuerpo, ha de tener otro Dulcinea en la tabla del muslo que corresponde al lado donde tiene el del rostro; pero muy luengos para lunares son pelos de la grandeza que has significado. -Pues yo sé decir á vuesa merced, respondió Sancho, que le pa- recían allí como nacidos.-Yo lo creo, amigo, replicó Don Quijo- te, porque ninguna cosa puso la naturaleza en Dulcinea, que no fuese perfecta y bien acabada, y así, si tuviera cien lunares como el que dices, en ella no fueran lunares, sino lunas y estrellas res- plandecientes. Pero dime, Sancho, ¡aquella que á mí me pareció albarda, que tú aderezaste, era silla rasa 6 sillon?- No era, respon- dió Sancho, sino silla á la gineta, con una cubierta de campo que vale la mitad de un reino, segun es de rica.-Y que no viese yo todo eso, Sancho, dijo Don Quijote: ahora torno á decir, y diré mil veces, que soy el mas desdichado de los hombres. Harto tenia que hacer el socarron de Sancho en disimular la risa, oyendo las san- deces de su amo, tan delicadamente engañado. Finalmente, des- pues de otras muchas razones que entre los dos pasaron, volvieron á subir en sus bestias, y siguieron el camino de Zaragoza, adon- de pensaban llegar á tiempo que pudiesen hallarse en unas solem- nes fiestas que en aquella insigne ciudad cada año suelen hacerse; pero antes que allá llegasen les sucedieron cosas que por muchas, grandes y nuevas, merecen ser escritas y leidas, como se verá ade- lante.