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Capítulo VIII.

cierto de acabar y dar felice cima á toda peligrosa aventura, por- que ninguna cosa desta vida hace mas valientes á los caballeros andantes, que verse favorecidos de sus damas.-Yo así lo creo, res- pondió Sancho; pero tengo por dificultoso que vnesa merced pue- da hablarla nì verse con ella, en parte alomenos que pueda recebir su bendicion, si ya no se-la echa desde las bardas del corral, por donde yo la ví la vez primera, cuando le llevé la carta donde iban las nuevas de las sandeces y locuras que vuesa merced quedaba haciendo en el corazon de Sierra Morena.-Bardas de corral se te antojaron aquellas, Sancho, dijo Don Quijote, adónde ó por dónde viste aquella jatmas bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debian de ser sino galerías, ó corredores, ó lonjas, ó como las llamah, de ricos y reales palacios.-Todo pudo sér, respondió San- cho; pero á mí bardas me parecieron, si no es que soy falto de me- moria.-Con todo eso vamos allá, Sancho, replicó Don Quijote, que como yo la vea, eso se me da, que sea por bardas, que por ven- tanas, 6 por resquicios, ó vérjas de jardines, que cualquier rayo que del sol de su belleza llegue á mis ojos, alumbrará mi entendimien- to y fortalecerá mi corazon de modo, que quede único y sin igual en la discrecion y en la valentía.-Pues en verdad, señor, respon- dió Sancho, que cuando yo vi ese sol de la señora Dulcinea del Toboso, que no estaba tan claro, que pudiese echar de sí rayos al- gunos, y debió de ser, que como su merced estaba ahechando aquel trigo que dije, el mucho polvo que sacaba, se le puso como nube ante el rostro y se le escureció.-¿Qné todavía das, Sancho, dijo Don Quijote, en decir, en pensar, en creer y en porfiar, que mi se- ñora Dulcinea ahechaba trigo, siendo eso un menester y ejercicio que va desviado de todo lo que hacen y deben hacer las personas principales, que están constituidas y guardadas para otros ejercicios y entretenimientos, que muestran á tiro de ballesta su principali- dad? Mal se te acuerdan á tí, ó Sancho, aquellos versos de nues- tro poeta, donde nos pinta-las labores que hacian allá en sus mora- das de cristal aquellas cuatro ninfas, que del Tajo amado sacaron las cabezas, y se sentaron á labrar en el prado verde aquellas ricas telas, que allí el ingenioso poeta nos describe, que todas eran de oro, sirgo y perlas contestas y tejidas': y desta manera debia de ser el de mi señora, cuando tú la viste, sino que la envidia, que algun mal encantador debe de tener á mis cosas, todas las que me han de

1 Véase la Égloga III de Garcilaso.