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Capítulo LXXIV.

muerto delante. Fué el parecer del médico, que melancolías y de- sabrimientos le acababan. Rogó Don Quijote, que le dejasen so- lo, porque queria dormir un poco. Hiciéronlo así, y durmió de un tiron, como dicen, mas de seis horas, tanto, que pensaron el Ama y la Sobrina que se habia de quedar en el sueño. Despertó al ca- bo del tiempo dicho, y dando una gran voz dijo:-Bendito sea el Poderoso Dios, que tanto bien me ha hecho. En fin, sus miseri- cordias no tienen límite, hi las abrevian ni impiden los pecados de los hombres. Estuvo atenta la Sobrina á las razones del tio, y pa- reciéronle mas concertadas que él solia decirlas, á lo menos en aquella enfermedad, y preguntóle:-¿Qué es lo que vuesa merced dice, señor? ¿tenemos algo de nuevo? ¿qué misericordias son estas, ó qué pecados de los hombres?-Las misericordias, respondió Don Quijote, Sobrina, son las que en este instante ha usado Dios con- migo, á quien, como dije, no las impiden mis pecados. Yo tengo juicio ya libre y claro sin las sombras caliginiosas, de la ignoran- cia, que sobre él me pusieron mi amarga y continua leyenda de los detestables libros de las caballerías. Ya conozco sus disparates y sus embelecos, y no me pesa, sino que este desengaño ha llegado tan tarde, que no me deja tiempo para hacer alguna recompensa, leyendo otros que sean luz del alma. Yo me siento, Sobrina, á pun- to de muerte, querria hacerla de tal modo, que diese á entender, que no habia sido mi vida tan mala, que dejase renombre de loco: que puesto que lo he sido, no querria confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, á mis buenos amigos el Cura, el Bachi- ller Sanson Carrasco, y á Maese Nicolas el Barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento. Pero deste trabajo se escusó la Sobrina con la entrada de los tres. Apenas los vió Don Quijo- te, cuando dijo:-Dadme albricias, buenos señores, de que ya yo no soy Don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano, á quien mis costumbres me dieron renombre de Bueno. Ya soy enemigo de Amadis de Gaula y de toda la infinita caterva de su linage: ya- me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería: ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leido: ya por misericordia de Dios, escarmentando en cabeza pro- pia, las abomino. Cuando esto le oyeron decir los tres, creyeron sin duda que alguna nueva locura le habia tomado. Y Sanson le dijo:-¿Ahora, señor Don Quijote, que tenemos nueva que está desencantada la señora Dulcinea, sale vuesa merced con esto, y

agora que estamos tan á pique de ser pastores, para pasar cantan-