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Capítulo VI.


CAPÍTULO VI.


De lo que pasó a Don Quijote con su sobrina y con su ama, y es uno de los importantes capítulos de toda la historia.


EN tanto que Sancho Panza y su muger Teresa Cascajo pasaron la impertinente referida plática, no estaban ocio- sas la sobrina y ei ama de Don Quijote, que por mil se- ñales iban coligiendo que su tio y señor quería desgarrarse la vez tercera, y volver al ejercicio de su, para ellas, mal andante caballe- rSa. Procuraban por todas las vías posibles apartarle de tan mal pensamiento; pero todo era predicar en desierto y majar en hierro frió: con todo esto, entre otras muchas razones que con él pasaron, le dijo el ama: — ^En verdad, señor mió, que si vuesa merced no afir* ma el pié llano y se está quedo en su casa, y se deja de andar por los montes y por los valles, como ánima en pena, buscando esas que dicen que se llaman aventuras, á quien yo llamo desdichas, que me tengo de quejar eh voz y en grita á Dios y al Rey, que pon- ga remedio en ello. A lo que respondió Don Quijote: — Ama, lo que Dios responderá á tus quejas, yo no lo sé, ni lo que ha de res- ponder su Magestad tampoco, y solo sé, que si yo fuem Rey, me escusara de responder á tanta infinidad de memoriales impertinen- tes, como cada dia le dan, que uno de los mayores trabajos que los Reyes tienen, entre otros muchos, es el estar obligados á escuchar á todos, y á responder á todos, así no querria yo que cosas mias le diesen pesadumbre. A lo que dijo el ama: — Díganos, señor, ¿en la Corte de su Magestad no hay caballeros?— Sí, respondió Don Quijote, y muchos: y es razón que los haya para adorno de la gran- deza de los Príncipes, y para ostentación de la Magestad Real. — ¿Pues no seria vuesa merced, replicó ella, uno de los que á pié quedo sirviesen á su Rey y señor estándose en la Corte? — Mira, amiga, respondió Don Quijote, no todos los caballeros pueden ser

cortesanos, ni todos los cortesanos pueden ni deben ser caballeros