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Don Quijote.

todos los términos de la tierra: si no, mire vuesa merced, señor Don Antonio, que hasta los muchachos desta ciudad, sin nunca haber- me visto, me conocen.-Así es, señor Don Quijote, respondió Don Antonio, que así como el fuego no puede estar escondido y encer- rado, la virtud no puede dejar de ser conocida, y la que se alcan- za por la profesion de las armas, resplandece y campea sobre todas las otras. Acaeció pues, que yendo Don Quijote con el aplauso que se ha dicho, un Castellano que leyó el rétulo de las espaldas, alzó la voz diciendo:-Válgate el diablo por Don Quijote de la Mancha: cómo ¿qué hasta aquí has llegado sin haberte muerto los infinitos palos que tienes á cuestas? Tú eres loco, y si lo fueras á solas, y dentro de las puertas de tu locura, fuera menos mal; pe- ro tienes propiedad de volver locos y mentecatos á cuantos te tra- tan y comunican: si no, mírenlo por estos señores que te acompa- ñan. Vuélvete, mentecato, á tu casa, y mira por tu hacienda, por tu muger y tus hijos, y déjate destas vaciedades que te carcomen el seso, y te desnatan el entendimiento.-Hermano, dijo Don An- tonio, seguid vuestro camino, y no deis consejos á quien no os los pide. El señor Don Quijote de la Mancha es muy cuerdo, y no- sotros que le acompañamos, no somos necios: la virtud se ha de honrar donde quiera que se hallare, y andad en hora mala, y no os metais donde no os llaman.-Par diez vuesa merced tiene razon, respondió el Castellano, que aconsejar á este buen hombre es dar coces contra el aguijon; pero con todo eso me da muy gran lásti- ma, que el buen ingenio que dicen que tiene en todas las cosas es- te mentecato, se le desagüe por la canal de su andante caballería: y la en hora. mala que vuesa merced dijo, sea para mí y para todos mis descendientes, si de hoy mas, aunque viviese mas años que Matusalen, diere consejo á nadie, aunque me lo pida. Apartóse el consejero, siguió adelante el paseo; pero fué tanta la priesa que los muchachos y toda la gente tenia leyendo el rétulo, que se le hubo de quitar Don Antonio, como que le quitaba otra cosa. Lle- gó la noche, volviéronse á casa, hubo sarao de damas, porque la muger de Don Antonio, que era una señora principal y alegre, her- mosa y discreta, convidó á otras sus amigas, á que viniesen á hon- rar á su huésped, y á gustar de sus nunca vistas locuras. Vinie- ron algunas, cenose espléndidamente, y comenzóse el sarao casi á las diez de la noche. Entre las damas habia dos de gusto pícaro y burlonas, y con ser muy honestas, eran algo descompuestas, por

dar lugar que las burlas alegrasen sin enfado. Estas dieron tanta