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Capítulo LX.

aplicará medicinas que le sanen, las cuales suelen sanar poco á poco, y no de repente y por milagro: y mas que los pecadores discretos están mas cerca de enmendarse que los simples, y pues vuesa merced ha mostrado en sus razones su prudencia, no hay si- no tener buen ánimo y esperar mejoría de la enfermedad de su conciencia: y si vuesa merced quiere ahorrar camino, y ponerse con facilidad en el de su salvacion, véngase conmigo, que yo le en- señaré á ser caballero andante, donde se pasan tantos trabajos y desventuras, que, tomándolas por penitencia, en dos paletas le pon- drán en el cielo. Rióse Roque del consejo de Don Quijote, á quien mudando plática contó el trágico suceso de Claudia Gerónima, de que le pesó en estremo á Sancho, que no le habia parecido mal la belleza, desenvoltura y brio de la moza. Llegaron en esto los escu- deros de la presa, trayendo consigo dos caballeros á caballo, y dos peregrinos á pié, y un coche de mugeres con hasta seis criados que á pié y á caballo las acompañaban, con otros dos mozos de mu- las que los caballeros traian. Cogiéronlos los escuderos en medio, guardando vencidos y vencedores gran silencio, esperando á que el gran Roque Guinart hablase, el cual preguntó á los caballeros que quién eran, y adónde iban, y qué dinero llevaban. Uno de ellos le respondió:-Sefior, nosotros somos dos capitanes de infan- tería española, tenemos nuestras compañías en Nápoles, y vamos á embarcarnos en cuatro galeras, que dicen están en Barcelona, con órden de pasar á Sicilia: llevamos hasta docientos 6 trecientos es- cudos, con que á nuestro parecer vamos ricos y contentos, pues la estrecheza ordinaria de los soldados no permite mayores tesoros.- Preguntó Roque á los peregrinos lo mesmo que á los capitanes.- Fuéle respondido que iban á embarcarse para pasar á Roma, y que entre entrambos podrian llevar hasta sesenta reales. Quiso saber tambien quién iba en el coche, y adónde, y el dinero que llevaban; y uno de los de á caballo dijo:-Mi señora Doña Guiomar de Qui- ñones, muger del Regente de la Vicaría de Nápoles, con una hija pequeña, una doncella y una dueña son las que van en el coche: acompañámosla seis criados, y los dineros son seiscientos escudos. -De modo, dijo Roque Guinart, que ya tenemos aquí novecientos escudos y sesenta reales: mis soldados deben de ser hasta sesenta, mírese á como le cabe á cada uno, porque yo soy mal contador. Oyendo decir esto los salteadores levantaron la voz, diciendo: Vi- va Roque Guinart muchos años, á pesar de los lladres que su per-

dicion procuran. Mostraron afligirse los capitanes, entristecióse la