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Capítulo LX.

llamaba no ha dos horas. Este pues, por abreviar el cuento de mi desventura, te diré en breves palabras la que me ha causado. Vió- me, requebróme, escuchéle, enamoréme á hurto de mi padre, por- que no hay muger, por retirada que esté y recatada que sea, á quien no le sobre tiempo para poner en ejecucion y efecto sus atropella- dos deseos. Finalmente, él me prometió de ser mi esposo, y yo le dí la palabra de ser suya, sin que en obras pasásemos adelante: su- pe ayer que, olvidado de lo que me debia, se casaba con otra, y que esta mañana iba á desposarse: nueva que me turbó el sentido y aca- bó la paciencia, y por no estar mi padre en el lugar, le tuve yo de ponerme en el trage que ves, y apresurando el paso á este caballo, alcancé á Don Vicente obra de una legua de aquí y sin ponerme á dar quejas, ni á oir disculpas, le disparé esta escopeta, y por aña- didura estas dos pistolas, y á lo que creo le debí de encerrar mas de dos balas en el cuerpo, abriéndole puertas por donde envuelta en su sangre saliese mi honra. Allí le dejo entre sus criados, que no osaron ni pudieron ponerse en su defensa: vengo á buscarte, pa- ra que me pases á Francia, donde tengo parientes con quien viva, y asimesmo á rogarte, defiendas á mi padre, porque los muchos de Don Vicente no se atrevan á tomar en él desaforada venganza. Ro- que admirado de la gallardía, bizarría, buen talle y suceso de la hermosa Claudia, la dijo:-Ven, señora, y vamos á ver si es muer- to tu enemigo, que despues veremos lo que mas te importare. Don Quijote que estaba escuchando atentamente lo que Claudia habia dicho, y lo que Roque Guinart respondió, dijo:-No tiene nadie pa- ra que tomar trabajo en defender á esta señora, que lo tomo yo & mi cargo: dénme mi caballo y mis armas, y espérenme aquí, que yo iré á buscar á ese caballero, y muerto ó vivo le haré cumplir la palabra prometida á tanta belleza.-Nadie dude de esto, dijo San- cho, porque mi señor tiene muy buena mano para casamentero, pues no ha muchos dias que hizo casar á otro que tambien negaba á otra doncella su palabra, y si no fuera porque los encantadores que le persiguen le mudaron su verdadera figura en la de un laca- yo, esta fuera la hora que ya la tal doncella no lo fuera. Roque, que atendia mas á pensar en el suceso de la hermosa Claudia, que en las razones de amo y mozo, no las entendió, y mandando á sus escuderos que volviesen á Sancho todo cuanto le habian quitado del rucio, mandóles asimesmo que se retirasen à la parte donde aquella noche habian estado alojados, y luego se partió con Clau-

dia á toda priesa á buscar al herido ó muerto Don Vicente. Lle-