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Don Quijote.

za arrimada al árbol, escudo en el suelo, y á Don Quijote armado y pensativo, con la mas triste y melancólica figura que pudiera for- mar la mesma tristeza. Llegóse á él diciéndole:-No esteis tan triste, buen hombre, porque no habeis caido en las manos de al- gun cruel Osíris, sino en las de Roque Guinart, que tienen mas de compasivas que de rigurosas.-No es mi tristeza, respondió Don Quijote, haber caido en tu poder, 6 valeroso Roque, cuya fama no hay límites en la tierra que la encierren, sino por haber sido tal mi descuido, que me hayan cogido tus soldados sin el freno, estando yo obligado, segun la orden de la andante caballería que profeso, á vivir contino alerta, siendo á todas horas centinela de mí mesmo: porque te hago saber, ó gran Roque, que si me hallaran sobre mi caballo con mi lanza y con mi escudo, no les fuera muy fácil ren- dirme, porque yo soy Don Quijote de la Mancha, aquel que de sus hazañas tiene lleno todo el orbe. Luego Roque Guinart conoció que la enfermedad de Don Quijote tocaba mas en locura que en valentía, y aunque algunas veces le habia oido nombrar, nunca tu- vo por verdad sus hechos, ni se pudo persuadir á que semejante humor reinase en corazon de hombre, y holgóse en estremo de ha- berle encontrado, para tocar de cerca lo que de lejos dél habia oi- do, y así le dijo:-Valeroso caballero, no os despecheis, ni tengais á siniestra fortuna esta en que os hallais, que podria ser, que en es- tos tropiezos vuestra torcida suerte se enderezase, que el cielo por estraños y nunca vistos rodeos, de los hombres no imaginados, sue- le levantar los caidos y enriquecer los pobres. Ya le iba á dar las gracias Don Quijote, cuando sintieron á sus espaldas un ruido co- mo de tropel de caballos, y no era sino uno solo, sobre el cual ve- nia á toda furia un mancebo, al parecer de hasta veinte años, ves- tido de damasco verde, con pasamanos de oro, gregüescos y salta- embarca, con sombrero terciado á la walona, botas enceradas y jus- tas, espuelas, daga y espada doradas, una escopeta pequeña en las manos y dos pistolas á los lados. Al ruido volvió Roque la cabeza y vió esta hermosa figura, la cual en llegando á él, dijo:-En tu busca venia, ó valeroso Roque, para hallar en tí, si no remedio, á lo menos alivio en mi desdicha, y por no tenerte suspenso, porque sé que no me has conocido, quiero decirte quien soy: Yo soy Clau- dia Gerónima, hija de Simon Forte tu singular amigo, y enemigo particular de Clauquel Torréllas, que asimesmo lo es tuyo, por ser uno de los de tu contrario bando, y ya sabes que este Torréllas tie-

ne un hijo, que Don Vicente Torréllas se llama, ó á lo menos se