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Capítulo LX.

Dió vo- bló de miedo, acudió á otro árbol y sucedióle lo mesmo. ces llamando á Don Quijote que le favoreciese. Hizolo así Don Quijote, y preguntándole qué le habia sucedido y de qué tenia miedo, le respondió Sancho que todos aquellos árboles estaban lle- nos de pies y de piernas humanas. Tentolos Don Quijote, y ca- yó luego en la cuenta de lo que podia ser, y díjole á Sancho:-No tienes de qué tener miedo, porque estos piés y piernas que tientas y no ves, sin duda son de algunos foragidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados, que por aquí los suele ahorcar la Justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en trein- ta, por donde me doy á entender, que debo de estar cerca de Bar- celona: y así era la verdad, como él lo habia imaginado. Al ama- necer alzaron los ojos, y vieron los racimos de aquellos árboles, que eran cuerpos de bandoleros. Ya en esto amanecia, y si los muer- tos los habian espantado, no menos los atribularon mas de cuaren-- ta bandoleros vivos, que de improviso les rodearon, diciéndoles en lengua catalana, que estuviesen quedos y se detuviesen hasta que llegase su Capitan. Hallóse Don Quijote á pié, su caballo sin fre- no, su lanza arrimada á un árbol, y finalmente sin defensa alguna, y así tuvo por bien de cruzar las manos, é inclinar la cabeza, guar- dándose para mejor sazon y coyuntura. Acudieron los bandoleros & espulgar al rucio, y á no dejarle ninguna cosa de cuantas en las alforjas y la maleta traia: y avínole bien á Sancho que en una ven- tiera ¹ que tenia ceñida venian los escudos del Duque y los que ha- bian sacado de su tierra, y con todo eso aquella buena gente le es- cardara y le mirara hasta lo que entre el cuero y la carne tuviera escondido, si no llegara en aquella sazon su Capitan, él cual mostró ser de hasta edad de treinta y cuatro años, robusto, mas que de me- diana proporcion, de mirar grave y color morena. Venia sobre un poderoso caballo, vestida la acerada cota, y con cuatro pistoletes, que en aquella tierra se llaman pedreñales ³, á los lados. Vió que sus escuderos (que así llaman á los que andan en aquel ejercicio) iban á despojar á Sancho Panza: mandóles que no lo hiciesen, y fué luego obedecido, y así se escapó la ventiera. Admiróle ver lan- 1 Faja que se ciñe al vientre; de aquí se dijo ventrera: trae esta voz el diccionario de la Lengua. En la primera edicion y en las demas por yerro de imprenta se decia ventiera. 2 Eran unos arcabuces pequeños de que usaban los foragidos, y se llamaban pedreñales, porque no se encendian con mecha, sino con pedernal (Covarrubias: V. Arcabuz.) Eran tan comunes en Cataluña, dice Don Francisco Gilabert (Discursos sobre la calidad de su Principado), que sua na- turales se acostumbraban á su manejo desde uiños, y contra sn abuso se publicó una pragmática en tiempo de Roque Guinard, sobre la cual representó el referido Don Francisco. 50

TOMO II.