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Don Quijote.

palabra comenzó á hojearle, y de allí á un poco se le volvió, di- ciendo: En esto poco que he visto, he hallado tres cosas en este autor dignas de reprension. La primera es, algunas palabras que he leido en el prólogo: la otra, que el lenguaje es aragones, porque tal vez escribe sin artículos; y la tercera, que mas le confirma por ignorante, es que yerra y se desvia de la verdad en lo mas princi- pal de la historia, porque aquí dice que la muger de Sancho Pan- za mi escudero se llama Mari Gutierrez, y no se llama tal, sino Te- resa Panza, y quien en esta parte tan principal yerra, bien se po- drá temer que yerra en todas las demas de la historia. A esto di- jo Sancho:-Donosa cosa de historiador por cierto, bien debe estar en el cuento de nuestros sucesos, pues llama á Teresa Panza mi muger Mari Gutierrez: torne á tomar el libro, señor, y mire si an- do yo por ahí, y si me ha mudado el nombre.-Por lo que os he oido hablar, amigo, dijo Don Gerónimo, sin duda habeis de ser San- cho Panza el escudero del señor Don Quijote.-Sí soy, respondió Sancho, y me precio dello.-Pues á fe, dijo el caballero, que no os trata este autor moderno con la limpieza que en vuestra persona se muestra: pintaos comedor y simple, y no nada gracioso, y muy otro del Sancho que en la primera parte de la historia de vuestro amo se describe.-Dios se lo perdone, dijo Sancho, dejárame en mi rin- con, sin acordarse de mí, porque quien las sabe las tañe, y bien se está San Pedro en Roma. Los dos caballeros pidieron á Don Qui- jote se pasase á su estancia á cenar con ellos, que bien sabian que en aquella venta no habia cosas pertenecientes para su persona. Don Quijote que siempre fué comedido, condescendió con su de- manda y cenó con ellos: quedóse Sancho con la olla con mero mix- to imperio, sentóse en cabecera de mesa, y con él el ventero, que no menos que Sancho estaba de sus manos y de sus uñas aficiona- do. En el discurso de la cena preguntó Don Juan á Don Quijo- te, qué nuevas tenia de la señora Dulcinea del Toboso, si se habia casado, si estaba parida, ó preñada, ó si estando en su entereza se acordaba, guardando su honestidad y buen decoro, de los amorosos pensamientos del señor Don Quijote. A lo que él respondió:-Dul- cinea se está entera, y mis pensamientos mas firmes que nunca: las correspondencias en su sequedad antigua, su hermosura en la de una soez labradora transformada: y luego les fué contando punto por punto el encanto de la señora Dulcinea, y lo que le habia suce- dido en la cueva de Montesinos, con la órden que el sabio Merlin

le habia dado para desencantarla, que fué la de los azotes de San-