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Capítulo LIX.

cogióse á su estancia Doq Quijote, trujo el huésped la olla asi co- mo estaba, y sentóse á cenar muy de propósito. Parece ser que en otro aposento que junto al de Don Quijote estaba, que no le divi- día mas que un sutil tabique, oyó decir Don Quijote: — por vida de vuesa merced, señor Don Gerónimo, que en tanto que traen la ce- na leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha. Apenas oyó su nombre Don Quijote, cuai^o se puso en pié, y con oido alerto escuchó lo que del trataban, y oy^ que el tal Don Gerónimo referido respondió: — ¿Para qué quiere vuesa mer- ced,, señor Don Juan, que leamos estos disparates, si el que hubie- re leído la primera parte de la historia de Don Quijote de la Man- cha, no es posible que pueda tener gusto en leer esta segunda? — Con todo eso, dijo el Don Juan, será bien leerla, pues no hqy libro tan malo que no tenga alguna cosa buena. Lo que á mi en este mas me desplace es, que pinta á Don Quijote ya desenamorado de Dulcinea del Toboso K Oyendo lo cual Don Quijote, lleno de ira y de despecho, alzó la voz y dijo: — Quien quiera que dijere que Don Quijote de la Mancha ha olvidado, ni puede olvidar á Dulci- n^ del Toboso, yo le haré entender con armas iguales, que va muy lejos de la verdad, porque la sin par Dulcinea del Toboso ni pue- de ser olvidada, ni en Don Quijote puede caber olvido: su blasón es la firmeza, y su profesión el guardarla con suavidad y sin hacer- se fuerza alguna. — ¿Quién es el que nos responde? respondieron del otro aposento. — Quién ha de ser, respondió Sancho, sino el fiíes- mo Don Quijote de la Mancha, que hará bueno cuanto ha dicho, y aun cuanto dijere, que al buen pagador no le duelen prendas. Apenas hubo dicho esto Sancho, cuando entraron por la puerta de su aposento dos caballeros, que tales lo parecían, y uno dellos echan- do los brazos al cuello de Don Quijote, le dijo: — Ni vuestra pre- sencia puede desmentir vuestro nombre, ni vuestro nombre puede no acreditar vuestra presencia. Sin duda vos, señor, sois el verda- dero Don Quijote de la Mancha, norte y lucero de la andante ca- ballería, á despecho y pesar del que ha querido usurpar vuestro nombre y aniquilar vuestras hazañas, como lo ha hecho el autor deste libro que aquí os entrego; y poniéndole un libro en las ma- nos, que traia su compañero, le tomó Don Quijote, y sin responder

l Finta en efecto ATellmeda (de quien habla aqui Cerrantes) ¿Don (^nijote deeenamorado de Dul- cinea en el cap. IV, VI, VIII, XH y XIII. Concluyó Don quijote 9u plática con Sancho (dice^l re- ferido Avellaneda: cap. III) con decir, quería pariir'á Zaragoza á las Juataa, y que pensaba olvi-

dar á la ingrata infanta Dulcinea del TsboBo, y buscar otra dama, •