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Don Quijote.

vo, que dijeran que Cristo le hablaba, y Pablo respondia,-éste, di- jo Don Quijote, fué el mayor enemigo que tuvo la Iglesia de Dios Nuestro Señor en su tiempo, y el mayor defensor suyo que tendrá jamas: caballero andante por la vida, y santo á pié quedo por la muerte, trabajador incansable en la viña del Señor; Doctor de las gentes, á quien sirvieron de escuelas los cielos y de catedrático y maestro que le enseñase el mesmo Jesucristo. No habia mas imá- gines, y así mandó Don Quijote que las volviesen á cubrir, y dijo á los que las llevaban:-Por buen agüero he tenido, hermanos, ha- ber visto lo que he visto, porque estos santos y caballeros profesa- ron lo que yo profeso, que es el ejercicio de las armas, sino que la diferencia que hay entre mí y ellos es, que ellos fueron santos y pe- learon á lo divino, y yo soy pecador y peleo & lo humano. Ellos conquistaron el cielo á fuerza de brazos, porque el cielo padece fuer- za, y yo hasta agora no sé lo que conquisto á fuerza de mis traba- jos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese de los que padece, me- jorándose mi ventura y adobándoseme el juicio, podria ser, que en- caminase mis pasos por mejor camino del que llevo.-Dios lo oiga y el pecado sea sordo, dijo Sancho á esta ocasion. Admiráronse los hombres, así de la figura, como de las razones de Don Quijote, sin entender la mitad de lo que en ellas decir queria. Acabaron de comer, cargaron con sus imágines, y despidiéndose de Don Qui- jote, siguieron su viaje. Quedó Sancho de nuevo como si jamas hubiera conocido á su señor, admirado de lo que sabia, parecién- dole que no debia de haber historia en el mundo, ni suceso que no lo tuviese cifrado en la uña y clavado en la memoria, y díjole:- En verdad, señor nuestramo, que si esto que nos ha sucedido hoy, se puede llamar aventura, ella ha sido de las mas suaves y dulces que en todo el discurso de nuestra peregrinacion nos ha sucedido: della habemos salido sin palos y sobresalto alguno, ni hemos echa- do mano á las espadas, ni hemos batido la tierra con los cuerpos, ni quedamos hambrientos: bendito sea Dios, que tal me ha dejado ver con mis propios ojos.-Tú dices bien, Sancho, dijo Don Qui- jote; pero has de advertir que no todos los tiempos son unos, ni cor- ren de una mesma suerte: y esto que el vulgo suele llamar comun- mente agüeros, que no sfundan sobre natural razon alguna, del que es discreto han de ser tenidos y juzgados por buenos aconteci- mientos. Levántase uno destos agoreros por la mañana, sale de su encuéntrase con un fraile de la órden del Bienaventurado San

Francisco, y como si hubiera encontrado con un grifo vuelve las