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Don Quijote.

por él, y vió que por de dentro era espacioso y largo, y púdolo ver, porque por lo que se podia llamar techo, entraba un rayo de sol que lo descubria todo. Vió tambien que se dilataba y alargaba por otra concavidad espaciosa, viendo lo cual, volvió á salir adonde estaba el jumento, y con una piedra comenzó á desmoronar la tierra del agujero, de modo que en poco espacio hizo lugar donde con facili- dad pudiese entrar el asno, como lo hizo, y cogiéndole del cabes- tro comenzó á caminar por aquella gruta adelante, por ver si halla- ba alguna salida por otra parte: á veces iba á escuras, y á veces sin luz; pero ninguna vez sin miedo. ¡Válame Dios Todopoderosol de- cia entre sí: esta que para mí es desventura, mejor fuera para aven- tura de mi amo Don Quijote. El sí que tuviera estas profundida- des y mazmorras por jardines floridos y por palacios de Galiana, y esperara salir de esta escuridad y estrecheza á algun florido prada; pero yo sin ventura, falto de consejo y menoscabado de ánimo, á cada paso pienso que debajo de los piés de improviso se ha de abrir otra sima mas profunda que la otra, que acabe de tragarme. Bien vengas mal, si vienes solo. Desta manera y con estos pensamien- tos le pareció que habria caminado poco mas de media legua, al cabo de la cual descubrió una confusa claridad, que pareció ser ya de.dia, y que por alguna parte entraba, que daba indicio de tener fin abierto aquel, para él, camino de la otra vida. Aquí le deja Ci- de Hamete Benengeli, y vuelve á tratar de Don Quijote, que albo- rozado y contento esperaba el plazo de la batalla que habia de ha- cer con el robador de la honra de la hija de Doña Rodriguez, á quien pensaba enderezar el tuerto y desaguisado que malamente le tenian fecho. Sucedió pues, que saliéndose una mañana á impo- nerse y ensayarse en lo que habia de hacer en el trance en que otro dia pensaba verse, dando un repelon ó arremetida á Rocinante, lle- gó á poner los piés tan junto á una cueva, que á no tirarle fuerte- mente las riendas, fuera imposible no caer en ella. En fin, le de- tuvo y no cayó, y llegándose algo mas cerca, sin apearse miró aque- lla hondura, y estándola mirando oyó grandes voces dentro, y es- cuchando atentamente pudo percebir y entender que el que las da- ba, decia:-Ha de arriba, ¿hay algun cristiano que me escuche? ¿O algun caballero caritativo que se duela de un pecador enterrado en vida? ¿De un desdichado desgobernado Gobernador? Parecióle á Don Quijote, que oia la voz de Sancho Panza, de que quedó sus- penso y asombrado, y levantando la voz todo lo que pudo, dijo:-

¿Quién está allá abajo? ¿quién se queja?-¿Quién puede estar aquí,