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Don Quijote.

ra Di: y disparaba con una risa que le duraba una hora, sin acordar- se entonces de nada de lo que le habia sucedido en su Gobierno, porque sobre el rato y tiempo cuando se come y bebe, poca jurisdi- cion suelen tener los cuidados. Finalmente el acabárseles el vino fue principio de un sueño que dió á todos, quedándose dormidos sobre las mesmas mesas y manteles, solos Ricote y Sancho queda- ron alerta, porque habian comido mas y bebido menos, y apartan- do Ricote á Sancho, se sentaron al pié de una haya, dejando á los peregrinos sepultados en dulce sueño, y Ricote sin tropezar nada en su lengua morisca, en la pura castellana le dijo las siguientes razones:- Bien sabes, ó Sancho Panza, vecino y amigo mio, como el pre- gon y bando que Su Magestad mandó publicar contra los de mi na- cion', puso terror y espanto en todos nosotros: & lo menos en mi le puso de suerte, que me parece que antes del tiempo que se nos con- cedia, para que hiciésemos ausencia de España, ya tenia el rigor de la pena ejecutado en mi persona y en la de mis hijos. Ordené pues, á mi parecer, como prudente (bien así como el que sabe que para tal tiempo le han de quitar la casa donde vive, y se provee de otra donde mudarse) ordené, digo, de salir yo solo sin mi familia de mi pueblo, y ir á buscar donde llevarla con comodidad y sin la prisa con que los demas salieron, porque bien ví y vieron todos nuestros ancianos, que aquellos pregoneş no eran solo amenazas, como algunos decian, sino verdaderas leyes que se habian de po- ner en ejecucion & su determinado tiempo, y forzábame á creer es- ta verdad, saber yo los ruines y disparatados intentos que los nues- tros tenian, y tales, que me parece que fué inspiracion divina la que movió á Su Magestad å poner en efecto tan gallarda resolucion, no porque todos fuésemos culpados, que algunos habia cristianos firmes y verdaderos; pero eran tan pocos, que no se podian oponer á los que no lo eran, y no era bien criar la sierpe en el seno, tenien- do los enemigos dentro de su casa. Finalmente, con justa razon fuimos castigados con la pena del destierro, blanda y suave al pa- recer de algunos; pero al nuestro la mas terrible que se nos podia dar. Do quiera que estamos, lloramos por España, que en fin na- cimos en ella, y es nuestra patria natural: en ninguna parte halla- mos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería y en todas las partes de África, donde esperábamos ser recibidos, aco-

1 Entra el autor é referir el suceso de la espulsion de los moriscos de España, verificada en su

tiempo desde el año de 1609, hasta el de 1614.