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Don Quijote.

paveses, que si él no se recogiera y encogiera, metiendo la cabeza entre los paveses, lo pasara muy mal el pobre Gobernador, el cual en aquella estrecheza recogido, sudaba y trasudaba, y de todo cora- zon se encomendaba á Dios que de aquel peligro le sacase. Unos tropezaban en él, otros caian, y tal hubo que se puso encima un buen espacio, y desde allí como desde atalaya, gobernaba los ejér- citos y á grandes voces decia:-Aquí de los nuestros, que por esta parte cargan mas los enemigos: aquel portillo se guarde, aquella puerta se cierre, aquellas escalas se tranquen, vengan alcancías, pez y resina en calderas de aceite ardiendo, trínchense las calles con colchones. En fin, él nombraba con todo ahinco todas las barati- jas é instrumentos y pertrechos de guerra, con que suele defender- se el asalto de una ciudad; y el molido Sancho que lo escuchaba y sufria todo, decia entre sí:-¡O si mi Señor fuese servido que se aca- base ya de perder esta Ínsula, y me viese yo, ó muerto, ó fuera des- ta grande angustia! Oyó el cielo su peticion, y cuando menos lo esperaba, oyó voces que decian:-Vitoria, vitoria, los enemigos van de vencida: ea, señor Gobernador, levántese vuesa merced, y ven- ga á gozar del vencimiento, y á repartir los despojos que se han to- mado á los enemigos por el valor dese invencible brazo.-Leván- tenme, dijo con voz doliente el dolorido Sancho. Ayudáronle á le- vantar, y puesto en pié dijo:-El enemigo que yo hubiere vencido, quiero que me le claven en la frente: yo no quiero repartir despo- 'jos de enemigos, sino pedir y suplicar á algun amigo, si es que le tengo, que me dé un trago de vino, que me seco, y me enjugue es- te sudor, que me hago agua. Limpiáronle, trujéronle el vino, des- liáronle los paveses, sentóse sobre su lecho, y desmayose del ternor, del sobresalto y del trabajo. Ya les pesaba á los de la burla de ha- bérsela hecho tan pesada; pero el haber vuelto en sí Sancho, les templó la pena que les habia dado su desmayo. Preguntó que ho- ra era:-respondiéronle que ya amanecia. Calló, y sin decir otra cosa, comenzó á vestirse todo sepultado en silencio, y todos le mi- raban y esperaban en qué habia de parar la priesa con que se ves- tia. Vistióse en fin, y poco a poco, porque estaba molido y no po- dia ir mucho á mucho, se fué á la caballeriza, siguiéndole todos los que allí se hallaban, y llegándose al rucio, le abrazó, y le dió un beso de paz en la frente, y no sin lágrimas en los ojos le dijo:- Venid vos acá, compañero mio, y amigo mio, y conllevador de mis trabajos y miserias: cuando yo me avenia con vos, y no tenia otros

pensamientos que los que me daban los cuidados de remendar vues-