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Capítulo LIII.

arma que han entrado infinitos enemigos en la insula, y somos per- didos, si vuestra industria y valor no nos socorre. Con este ruido, furia y alboroto llegaron donde Sancho estaba atónito y embelesa- do de lo que oia y veia, y cuando llegaron á él, uno le dijo:-Ár- mese luego vuestra señoría, si no quiere perderse, y que toda esta insula se pierda.-¿Qué me tengo de armar? respondió Sancho, ¿ni que sé yo de armas ni de socorros? Estas cosas mejor será dejar- las para mi amo Don Quijote, que en dos paletas las despachará y pondrá en cobro; que yo, pecador fuí á Dios, no se me entiende na- da destas priesas.-Ha, señor gobernador, dijo otro, ¿qué relente es ese? ármese vuesa merced, que aquí le traemos armas ofensivas y defensivas, y salga á esa plaza, y sea nuestra guia y nuestro capi- tan, pues de derecho le toca el serlo, siendo nuestro gobernador.-- Ármenme norabuena, replicó Sancho, y al momento le trujeron dos paveses, que venian proveidos dellos, y le pusieron encima de la camisa, sin dejarle tomar otro vestido, un paves delante y otro de- tras, y por unas concavidades que traian hechas, le sacaron los bra- zos, y le liaron muy bien con unos cordeles, de modo que quedó emparedado y entablado, derecho como un huso, sin poder doblar las rodillas, ni menearse un solo paso. Pusiéronle en las manos una lanza, á la cual se arrimó para poder tenerse en pié. Cuando así le tuvieron, le dijeron que caminase, y los guiase y animase á todos, que siendo él su norte, su lanterna y su lucero, tendrian buen fin sus negocios.-¿Cómo tengo de caminar, desventurado yo, res- pondió Sancho, que no puedo jugar las choquezuelas de las rodi. llas, porque me lo impiden estas tablas que tan cosidas tengo con mis carnes? Lo que han de hacer es llevarme en brazos, y poner- me atravesado ó en pié en algun postigo, que yo le guardaré, ó con esta lanza, ó con mi cuerpo.-Ande, señor gobernador, dijo otro, que mas el miedo que las tablas le impiden el paso: acabe y menee- se, que es tarde, y los enemigos crecen, y las voces se aumentan, y el peligro carga. Por cuyas persuasiones y vituperios probó el po- bre Gobernador á moverse, y fué dar consigo en el suelo tan gran golpe, que pensó que se habia hecho pedazos. Quedó como galá pago encerrado y cubierto con sus conchas, ó como medio tocino metido entre dos artesas, ó bien así como barca que da al traves en la arena: y no por verle caido aquella gente burladora le tuvieron compasion alguna; antes apagando las antorchas tornaron á refor- zar las voces, y á reiterar el arma con tan gran priesa, pasando por

encima del pobre Sancho, dándole infinitas cuchilladas sobre los