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Capítulo LI.

y así las traigo tan crecidas cual Dios lo remedie. Digo esto, señor mio de mi alma, porque vuesa merced no se espante, si has- ta agora no he dado aviso de mi bien o mal estar en este gobier- no, en el cual tengo mas hambre que cuando andábamos los dos por las selvas y por los despoblados. Escribiome el Duque mi señor el otro dia, dándome aviso que habian entrado en esta insula ciertas espías para matarme, y hasta agora yo no he descubierto otra que un cierto doctor, que es- tá en este lugar asalariado para matar á cuantos gobernadores aqui vinieren: llámase el Doctor Pedro Recio, y es natural de Tirteafuera, porque vea vuesa merced, que nombre para no temer que he de morir a sus manos. Este tal doctor dice el mismo de sí mismo, que él no cura las enfermedades cuando las hay, sino que las previene para que no vengan, y las medecinas que usa son dieta y mas dieta, hasta poner la persona en los huesos mon- dos, como si no fuese mayor mal la flaqueza que la calentura. Finalmente, el me va matando de hambre, y yo me voy murien- do de despecho, pues cuando pensé venir a este gobierno a comer caliente y a beber frio y a recrear el cuerpo entre sábanas de ho- landa sobre colchones de pluma, he venido á hacer penitencia, co- mo si fuera ermitaño, y como no la hago de mi voluntad, pienso que al cabo al cabo me ha de llevar el diablo. Hasta agora no he tocado derecho, ni llevado cohecho, y no pue- do pensar en que va esto, porque aquí me han dicho que los go- bernadores que á esta însula suelen venir, antes de entrar en ella, o les han dado, o les han prestado los del pueblo muchos dineros, y que esta es ordinaria usanza en los demas que van a gobier- nos, no solamente en este. Anoche andando de ronda, topé una muy hermosa doncella en trage de varon, y un hermano suyo en hábito de muger; de la moza se enamoró mi maestresala y la escogió en su imagina- cion para su muger, segun él ha dicho, y yo escogi al mozo pa- ra mi yerno: hoy los dos pondremos en plática nuestros pensa- mientos con el padre de entrambos, que es un tal Diego de la Lla- na, hidalgo y cristiano viejo cuanto se quiere. Yo visito las plazas, como vuesa merced me lo aconseja, y ayer hallé una tendera que vendia avellanas nuevas, y averigüele que habia mezclado con una hanega de avellanas nuevas otra de vie- jas, vanas y podridas: apliquélas todas para los niños de la doc-

trina, que las sabrian bien distinguir, y sentenciéla que por quin-