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Don Quijote.

gon son tan ordinarios. Pero espéreme vuesa merced un poco, sal- dré á encender mi vela, y volveré en un instante á contar mis cui- tas, como á remediador de todas las del mundo: y sin esperar res- puesta se salió del aposento, donde quedó Don Quijote sosegado y pensativo esperándola; pero luego le sobrevinieron mil pensamien- tos acerca de aquella nueva aventura: y pareciale ser mal hecho y peor pensado ponerse en peligro de romper & su señora la fe pro- metida, y decíase á sí mesmo:-¿Quién sabe si el diablo, que es su- til y mañoso, querrá engañarme agora con una dueña, lo que no ha podido con emperatrices, reinas, duquesas, marquesas, ni condesas? que yo he oido decir muchas veces, y á muchos discretos, que si él puede, antes os la dará roma que aguileña, y ¿quién sabe si es- ta soledad, esta ocasion y este silencio despertará mis deseos que duermen, y harán que al cabo de mis años venga á caer donde nun- ca he tropezado? y en casos semejantes mejor es huir que esperar la batalla. Pero yo no debo de estar en mi juicio, pues tales dis- parates digo y pienso, que no es posible que una dueña toquiblan- ca, larga y antojuna pueda mover ni levantar pensamiento lascivo en el mas desalmado pecho del mundo. ¿Por ventura hay dueña en la tierra, que tenga buenas carnes? ¿Por ventura hay dueña en el orbe, que deje de ser impertinente, fruncida y melindrosa? Afue- ra pues, caterva dueñesca, inútil para ningun humano regalo. ¡O cuán bien hacia aquella señora de quien se dice, que tenia dos due ñas de bulto con sus antojos y almohadillas al cabo de su estrado, como que estaban labrando, y tanto le servian para la autoridad de la sala aquellas estátuas, como las dueñas verdaderas! Y diciendo esto se arrojó del lecho con intencion de cerrar la puerta y no de- jar entrar á la señora Rodriguez; mas cuando la llegó á cerrar, ya la señora Rodriguez volvia, encendida una vela de cera blanca, y cuando ella vió á Don Quijote de mas cerca envuelto en la colcha, con las vendas galocha 6 becoquin, temió de nuevo, y retirándose atras como dos pasos, dijo:-Estamos seguras, señor caballero? por- que no tengo á muy honesta señal haberse vuesa merced levanta- do de su lecho.-Eso mesmo es bien que yo pregunte, señora, res- pondió Don Quijote: y así pregunto, si estaré yo seguro de ser aco- metido y forzado.-¿De quién ó á quien pedis, señor caballero, esa seguridad? respondió la dueña.-A vos y de vos la pido, replicó Don Quijote, porque ni yo soy de mármol, ni vos de bronce, ni ahora son las diez del dia, sino media noche, y aun un poco mas, segun imagino, y en una estancia mas cerrada y secreta que lo de- 1 ! I i

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