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Don Quijote.

campanas, y todos los vecinos dieron muestras de general alegría, y con mucha pompa le llevaron a la iglesia mayor á dar gracias á Dios, y luego con algunas ridículas ceremonias le entregaron las llaves del pueblo y le admitieron por perpetuo gobernador de la in- sula Barataria. El trage, las barbas, la gordura y pequeñez del nuevo gobernador tenia admirada á toda la gente que el busilis del cuento no sabia, y aun á todos los que lo sabian, que eran muchos. Finalmente en sacândole de la iglesia, le llevaron á la silla del juz- gado y le sentaron en ella, y el mayordomo del Duque le dijo:- Es costumbre antigua en esta insula, señor gobernador, que el que viene á tomar posesion desta famosa insula, está obligado á respon- der á una pregunta que se le hiciere, que sea algo intricada y difi- cultosa, de cuya respuesta el pueblo toma y toca el pulso del inge- nio de su nuevo gobernador, y así, ó se alegra, ó şe entristece con su venida. En tanto que el mayordomo decia esto á Sancho, esta- ba él mirando unas grandes y muchas letras que en la pared fron- tera de su silla estaban escritas, y como él no sabia leer, preguntó, que qué eran aquellas pinturas que en aquella pared estaban. Fué- le respondido: Señor, allí está escrito y notado el dia en que V. S. tomó posesion desta insula, y dice el epitafio: Hoy dia á tantos de tal mes y de tal año, tomo la posesion desta ínsula el señor Don Sancho Panza, que muchos años la goce.-¿Y á quién llaman Don Sancho Panza? preguntó Sancho.-A V. S., respondió el mayordo- mo, que en esta ínsula no ha entrado otro Panza, sino el que está sentado en esa silla.-Pues advertid, hermano, dijo Sancho, que yo no tengo Don, ni en todo mi linage le ha habido: Sancho Panza me llaman á secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi agüle- lo, y todos fueron Panzas sin añadiduras de Dones ni donas, y yo imagino que en esta ínsula debe de haber mas Dones que piedras; pero basta, Dios me entiende, y podrá ser que, si el gobierno me dura cuatro dias, yo escarde estos Dones, que por la muchedumbre deben de enfadar como los mosquitos. Pase adelante con su pre- gunta el señor mayordomo, que yo responderé lo mejor que supie- re, ora se entristezca ó no se entristezca el pueblo. A este instan- te entraron en el juzgado dos hombres, el uno vestido de labrador y el otro de sastre, porque traia unas tijeras en la mano, y el sastre dijo:-Señor gobernador, yo y este hombre labrador venimos ante vuesa merced en razon de que este buen hombre llegó á mi tienda ayer, que yo con perdon de los presentes soy sastre ecsaminado, que Dios sea bendito, y poniéndome un pedazo de paño en las ma- 1 1 1

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