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Don Quijote.

del Duque, iba el rucio con jaeces y ornamentos jumentiles de se- da y flamantes. Volvia Sancho la cabeza de cuando en cuando á mirar á su asno, con cuya compañía iba tan contento, que no se trocara con el emperador de Alemania. Al despedirse de los Duques les besó las manos, y tomó la ben- dicion de su señor, que se la dió con lágrimas, y Sancho la recibió con pucheritos. Deja, lector amable, ir en paz y en hora buena al buen Sancho, y espera dos fanegas de risa que te ha de causar el saber como se portó en su cargo, y en tanto atiende á saber lo que le pasó á su amo aquella noche, que si con ello no rieres, por lo menos desplegarás los labios con risa de ximia, porque los sucesos de Don Quijote, ó se han de celebrar con admira ó con risa. Cuéntase, pues, que apenas se hubo partido Sancho, cuando Don Quijote sintió su soledad, y si le fuera posible revocarle la comi- sion y quitarle el gobierno, lo hiciera. Conoció la Duquesa su me- lancolía, y preguntóle que de qué estaba triste, que si era por la ausencia de Sancho, que escuderos, dueñas y doncellas habia en su casa, que le servirian muy á satisfaccion de su deseo.-Verdad es, señora mia, respondió Don Quijote, que siento la ausencia de San- cho; pero no es esa la causa principal que me hace parecer que es- toy triste, y de los muchos ofrecimientos que vuestra escelencia me hace, solamente acepto y escojo el de la voluntad con que se me hacen, y en lo demas suplico á vuestra escelencia, que dentro de mi aposento consienta y permita que yo solo sea el que me sirva. -En verdad, dijo la Duquesa, señor Don Quijote, que no ha de ser así, que le han de servir cuatro doncellas de las mias, hermo- sas como unas flores.--Para mí, respondió Don Quijote, no serán ellas como flores, sino como espinas que me puncen el alma. Así entrarán ellas en mi aposento, ni cosa que lo parezca, como volar. Si es que vuestra grandeza quiere llevar adelante el hacerme mer- ced, sin yo merecerla, déjeme que yo me las haya conmigo y que yo me sirva de mis puertas adentro, que yo ponga una muralla en medio de mis deseos y de mi honestidad: y no quiero perder es- ta costumbre por la liberalidad que vuestra alteza quiere mostrar conmigo; en resolucion, antes dormiré vestido, que consentir que nadie me desnude.-No mas, no mas, señor Don Quijote, replicó la Duquesa: por mí digo, que daré órden que ni aun una mosca entre en su estancia, no que una doncella: no soy yo persona que por mí se ha de descabalar la decencia del señor Don Quijote, que

segun se me ha traslucido, la que mas campea entre sus muchas