Página:El ingenioso hidalgo Don Quijote del Mancha Tomo II.djvu/363

Esta página no ha sido corregida
269
Capítulo XLII.

dor.-Si una vez lo probais, Sancho, dijo el Duque, comeros heis las manos tras el gobierno, por ser dulcísima cosa el mandar y ser obedecido. A buen seguro que cuando vuestro dueño llegue á ser emperador, que lo será sin duda, segun van encaminadas sus cosas, que no se lo arranquen como quiera, y que le duela y le pese en la mitad del alma del tiempo que hubiere dejado de serlo.-Señor, re- plicó Sancho, yo imagino que es bueno mandar, aunque sea á un hato de ganado.-Con vos me entierren, Sancho, que sabeis de to- do, respondió el Duque: yo espero que sereis tal gobernador como vuestro juicio promete; y quédese esto aqui, y advertid que maña- na en ese mesmo dia habeis de ir al gobierno de la insula, y esta tarde os acomodarán del trage conveniente que habeis llevar, y de todas las cosas necesarias á vuestra partida.-Vístanme, dijo Sancho, como quisieren, que de cualquier manera que vaya vesti- do seré Sancho Panza.-Así es verdad, dijo el Duque; pero los tra- ges se han de acomodar con el oficio ó dignidad que se profesa, que no seria bien que un jurisperito se vistiese como soldado, ni un sol- dado como un sacerdote. Vos, Sancho, iréis vestido parte de letra- do y parte de capitan, porque en la insula que os doy, tanto son menester las armas como las letras, y las letras como las armas.- Letras, respondió Sancho, pocas tengo, porque aun no sé el A. B. C., pero bástame tener el Christus en la memoria, para ser buen gobernador. De las armas manejaré las que me dieren hasta caer, y Dios delante.-Con tan buena memoria, dijo el Duque, no podrá Sancho errar en nada. En esto llegó Don Quijote, y sabiendo lo que pasaba y la celeridad con que Sancho se habia de partir á su gobierno, con licencia del Duque le tomó por la mano, y se fué con él á su estancia con intención de aconsejarle cómo se habia de haber en su oficio. Entrados pues en su aposento, cerró tras sí la puerta, y hizo casi por fuerza que Sancho se sentase junto á él, y con reposada voz le dijo: Infinitas gracias doy al cielo, Sancho amigo, de que antes y pri- mero que yo haya encontrado con alguna buena dicha, te haya sa- lido á tí á recebir y á encontrar la buena ventura. Yo que en mi buena suerte te tenia librada la paga de tus servicios, me veo en los principios de aventajarme, y tú antes de tiempo, contra la ley del razonable discurso, te ves premiado de tus deseos. Otros co- hechan, importunan, solicitan, madrugan, ruegan, porfian y no al- canzan lo que pretenden, y llega otro, y sin saber como, ni cómo

no, se halla con el cargo y oficio que otros muchos pretendieron: y