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Capítulo XXXV.

O mal aventurado escudero, alma de cántaro, corazon de alcorno- que, de entrañas guijeñas y apedernaladas, si te mandaran, ladron, desuellacaras, que te arrojaras de una alta torre al suelo, si te pidie- ran, enemigo del género humano, que te comieras una docena de sapos, dos de lagartos y tres de culebras, si te persuadieran á que mataras á tu muger y á tus hijos con algun truculento y agudo al- fange, no fuera maravilla que te mostraras melindroso y esquivo; pero hacer caso de tres mil y trecientos azotes, que no hay niño de la doctrina, por ruin que sea, que no se los lleve cada mes, admira, adarva, espanta á todas las entrañas piadosas de los que lo escu- chan, y aun las de todos aquellos que lo vinieren á saber con el dis- curso del tiempo. Pon, ó miserable y endurecido animal,-pon, di- go, esos tus ojos de machuelo espantadizo en las niñas destos mios, comparados á rutilantes estrellas, y veráslos llorar hilo á hilo, y ma- deja á madeja, haciendo surcos, carreras y sendas por los hermosos campos de mis mejillas. Muévate, socarron y mal intencionado monstruo, que la edad tan florida mia, que aun se está todavía en el diez y.... de los años, pues tengo diez y nueve y no llego á veinte, se consume y marchita debajo de la corteza de una rústica labradora, y si ahora no lo parezco, es merced particular que me ha hecho el señor Merlin, que está presente, solo porque te enternez- ca. mi belleza: que las lágrimas de una afligida hermosura vuelven en algodon los riscos, y los tigres en ovejas. Date, date en esas carnazas, bestion indómito, y saca de haron ¹ ese brio que á solo co- mer y mas comer te inclina, y pon en libertad lisura de mis car- nes, la mansedumbre de mi condicion y la belleza de mi faz: y si por mí no quieres ablandarte, ni redacirte à algun razonable tér- mino, hazlo por ese pobre caballero que á tu lado tienes, por tu amo digo, de quien estoy viendo el alma, que la tiene atravesada en la garganta, no diez dedos de los labios, que no espera sino tu rígida ó blanda respuesta, ó para salirse por la boca, ó para volverse al estómago. Tentose, oyendo esto, la garganta Don Quijote, y dijo, volvién- dose al Duque:-Por Dios, señor, que Dulcinea ha dicho la verdad, que aquí tengo el alma atravesada en la garganta, como una nuez de ballesta.-¿Qué decis vos á esto, Sancho? preguntó la Duque- sa.-Digo, señora, respondió Sancho, lo que tengo dicho, que de los azotes abermuncio.-Abrenuncio, habeis de decir, Sancho, y no

1 Cosa negligente y perezosa. Sacar de haron; avivar, y apresurar á otro.