vuestra mano.-¡Oh cuerpo de mí! dijo Sancho, que va vuesa mer- ced muy errado en esta cuenta, porque en lo de la promesa de la Ínsula, se ha de contar desde el dia que vuesa merced me la prome- tió hasta la presente hora en que estamos.-¿Pues que tanto ha, San- cho, que os lo prometí? dijo Don Quijote.-Si yo mal no me acuer- do, respondió Sancho, debe de haber veinte años, tres dias mas á me- nos. Diose Don Quijote una gran palmada en la frente, y comenzó á reir muy de gana, y dijo:-Pues no anduve yo en Sierra Morena, ni en todo el discurso de nuestras salidas, sino dos meses apenas ty dices, Sancho, que ha veinte años que te prometí la Ínsula? Ahora digo, que quieres que se consuma en tus salarios el dinero que tienes mio, y si esto es así y tú gustas dello, desde aquí te lo doy y buen provecho te haga, que á trueco de verme sin tan mal escudero, holgaréme de quedarme pobre y sin blanca. Pero dime, prevaricador de las ordenanzas escuderiles de la andante caballe- ría, ¿donde has visto tú, ó leido, que ningun escudero de caballero andante se haya puesto con su señor en cuanto mas tanto me ha- beis de dar cada mes porque os sirva? Entrate, éntrate, malan- drin, follon y vestiglo, que todo lo pareces, éntrate, digo, por el ma- re magnum de sus historias, y si hallares que algun escudero ha- ya dicho ni pensado lo que aquí has dicho, quiero que me le cla- ves en la frente, y por añadidura me hagas cuatro mamonas sella- das en mi rostro: vuelve las riendas ó el cabestro al rucio y vuél- vete á tu casa, porque un solo paso desde aquí no has de pasar mas adelante conmigo. ¡Oh pan mal conocido! ¡Oh promesas mal colocadas! ¡Oh hombre que tienes mas de bestia que de persona! ¿Ahora cuando yo pensaba ponerte en estado, y tal, que a pesar de tu muger te llamaran Señoría, te despides? ¿Ahora te vas, cuan- do yo venia con intencion firme y valedera de hacerte Señor de la mejor ínsula del mundo? En fin, como tú has dicho otras veces, no es la miel, &c. Asno eres y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida, que para mí tengo, que antes llegará ella á su último término, que tú caigas y des en la cuenta de que eres bestia. Miraba Sancho á Don Quijote de hito en hito, en tanto que los tales vituperios le decia, y compun- gióse de manera que le vinieron las lágrimas á los ojos, y con voz dolorida y enferma le dijo:-Señor mio, yo confieso que para ser del todo asno, no me falta mas de la cola, si vuesa merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le servire como jumento todos los dias que me quedan de mi vida. Vuesa merced me per- á
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Capítulo XXVIII.