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Capítulo XXVII.

que es necedad correrse por solo oir un rebuzno, que yo me acuer- do cuando muchacho que rebuznaba cada y cuando que se me an- tojaba, sin que nadie me fuese å la mano, y con tanta gracia y prò- piedad, que en rebuznando yo, rebuznaban todos los asnos del pue- blo, y no por eso dejaba de ser hijo de mis padres, que eran honra- dísimos, y aunque por esta habilidad era invidiado de mas de cua- tro de los estirados de mi pueblo, no se me daba dos ardites, y por- que se vea que digo verdad, esperen y escuchen, que esta ciencia es como la del nadar, que una vez aprendida nunca se olvida: y luego puesta la mano en las narices, comenzó á rebuznar tan recia- mente que todos los cercanos valles retumbaron; pero uno de los que estaban junto á él, creyendo que burla dellos, alzó un varapalo que en la mano tenia, y dióle tal golpe con él, que sin ser poderoso á otra cosa, dió con Sancho Panza en el suelo. Don Qui- jote, que vió tan mal parado á Sancho, arremetió al que le habia dado, con la lanza sobre mano, pero fueron tantos los que se pusie- ron en medio, que no fué posible vengarle; antes viendo que llo- via sobre él un nublado de piedras, y que le amenazaban mil enca- radas ballestas y no menos cantidad de arcabuces, volvió las rien- das á Rocinante, y á todo lo que su galope pudo se salió de entre ellos, encomendándose de todo corazon á Dios que de aquel peligro le librase, temiendo á cada paso no le entrase alguna bala por las espaldas y le saliese al pecho, y á cada punto recogia el aliento por ver si le faltaba; pero los del escuadron se contentaron con verle huir sin tirarle. A Sancho le, pusieron sobre su jumento, apenas vuelto en sí, y le dejaron ir tras su amo, no porque él tuviese sen- tido para regirle, pero el rucio siguió las huellas de Rocinante, sin el cual no se hallaba un punto. Alongado, pues, Don Quijote buen trecho, volvió la cabeza y vió que Sancho venia, y atendióle viendo que ninguno le seguia. Los del escuadron, se estuvieron allí hasta la noche, y por no haber salido á la batalla sus contra- rios, se volvieron á su pueblo regocijados y alegres, y si ellos su- pieran la costumbre antigua de los Griegos, levantaran en aquel lugar y sitio un trofeo.