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Don Quijote.

cipio pensó que algun tercio de soldados pasaba por aquella par- te, y por verlos picó á Rocinante y subió la loma arriba, y cuando estuvo en la cumbre, vió al pié de ella, á su parecer, mas de do- cientos hombres armados de diferentes suertes de armas, como si dijésemos, lanzones, ballestas, partesanas, alabardas y picas, y al- gunos arcabuces y muchas rodelas. Bajó del recuesto y acercóse al escuadron tanto que distintamente vió las banderas, juzgó de las colores, y notó las empresas que en ellas traian, especialmente una que en un estandarte ó giron de raso blanco venia, en el cual esta- ba pintado muy al vivo un asno como un pequeño sardesco, la ca- beza levantada, la boca abierta y la lengua de fuera en acto y pos- tura como si estuviera rebuznando: al rededor dél estaban escritos de letras grandes estos dos versos. No rebuznaron en balde El uno y el otro alcalde. Por esta insignia sacó Don Quijote, que aquella gente debia de ser del pueblo del rebuzno, y así se lo dijo á Sancho, declarándole lo que en el estandarte venia escrito. Dijole tambien que el que les habia dado noticia de aquel caso, se habia errado en decir, que dos regidores habian sido los que rebuznaron, porque segun los versos del estandarte no habian sido sino alcaldes. A lo que respondió Sancho Panza:-Señor, en eso no hay que reparar, que bien pue- de ser que los regidores que entonces rebuznaron, viniesen con el tiempo á ser alcaldes de su pueblo, y así se pueden llamar con en- trambos títulos, cuanto mas, que no hace al caso á la verdad de la historia ser los rebuznadores alcaldes 6 regidores, como ellos una por una hayan rebuznado, porque tan á pique está de rebuznar un alcalde como un regidor. Finalmente conocieron y supieron co- mo el pueblo corrido salia á pelear con otro que le corria mas de lo justo y de lo que se debia á la buena vecindad. Fuese llegando á ellos Don Quijote no con poca pesadumbre de Sancho, que nunca fué amigo de hallarse en semejantes jornadas. Los del escuadron le recogieron en medio creyendo que era alguno de los de su par- cialidad. Don Quijote alzando la visera con gentil brio y conti- nente llegó hasta el estandarte del asno, y allí se le pusieron al rededor todos los mas principales del ejército por verle, admirados con la admiracion acostumbrada en que caian todos aquellos que

la vez primera le miraban. Don Quijote, que los vió tan atentos