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Capítulo XXVI.

paciente de la cólera lejos de sí el tablero y las tablas, y pide aprie- sa las armas, y á Don Roldan su primo pide prestada su espada Durindana', y como Don Roldan no se la quiere prestar, ofrecién- dole su compañía en la dificil empresa en que se pone; pero el va- leroso enojado, no lo quiere aceptar; antes dice, que él solo es bas- tante para sacar á su esposa, si bien estuviese metida en el mas hon- do centro de la tierra, y con esto se entra á armar para ponerse luego en camino. Vuelvan vuesas mercedes los ojos á aquella tor- re que allí parece que se presupone, que es una de las torres del alcázar de Zaragoza, que ahora llaman la. Aljafería, y aquella da- ma que en aquel balcon parece vestida á lo moro, es la sin par-Me- lisendra, que desde allí muchas veces se ponia á mirar el camino de Francia, y puesta la imaginacion en Paris y en su esposo, se con- solaba en su cautiverio. Miren tambien un nuevo caso que ahora sucede, quizá no visto jamas. ¡No ven aquel moro que callandi- co y pasito á paso, puesto el dedo en la boca se llega por las espal- das de Melišendra? Pues miren cómo la da un beso en mitad de los labios, y la priesa que ella se da à escupir y á limpiárselos con la blanca manga de su camisa, y como se lamenta y se arranca de pesar sus hermosos cabellos, como si ellos tuvieran la culpa del maleficio. Miren tambien como aquel grave moro, que está en aquellos corredores, es el rey Marsilio de Sansueña, el cual por ha- ber visto la insolencia del moro, puesto que era un pariente y gran privado suyo, le mandó luego prender y que le den docientos azo- tes, llevándole por las calles acostumbradas de la ciudad con chi- lladores delante y envaramiento detras: y veis aquí donde salen á ejecutar la sentencia, aun bien apenas no habfendo sido puesta en ejecucion la culpa, porque entre moros no hay traslado á la par- te, ni aprueba, y estése, como entre nosotros.-Niño, niño, dijo con voz alta á esta sazon Don Quijote, seguid vuestra historia línea recta, y no os metais en las curvas ó transversales, que para sacar una verdad en limpio, menester son muchas pruebas y repruebas. Tambien dijo Maese Pedro desde dentro:-Muchacho, no te metas en dibujos, sino haz lo que ese señor te manda, que será lo mas

1 De esta espada dice el arzobispo Turpin, que era de una hechura hermosísima, de un filo incomparable, y de una fortaleza inflecsible. Llámala Duranda, acaso por su dureza. Otros franceses la llamaron Durandal: los italianos Durindana, cuyo nombre adoptó nuestra lengua. El fabricante se llamó Manificans, segun se dice en la historia de Carlo Magno.

2 Delante de los azotados iba el pregonero, que publicaba ó chillaba la sentencia, y detras algunos alguaciles con las varas en las manos.