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Capítulo XXIV.

lerle á palos, porque realmente le pareció que habia andado atrevi- dillo con su señor, á quien le dijo:-Yo, señor Don Quijote de la Mancha, doy por bien empleadísima la jornada que con vuesa mer- ced he hecho, porque en ella he grangeado cuatro cosas. La pri- mera, haber conocido á vuesa merced, que lo tengo á gran felici- dad. La segunda, haber sabido lo que se encierra en esta cueva de Montesinos, con las mutaciones de Guadiana y de las lagunas de Ruidera, que me servirán para el Ovidio Español que traigo entre manos. La tercera, entender la antigüedad de los naipes, que por lo menos ya se usaban en tiempo del emperador Carlo Magno, segun puede colegirse de las palabras que vuesa merced dice que dijo Durandarte, cuan al cab de aquel grande espacio que estu- vo hablando con él Montesinos, él despertó diciendo: Paciencia y barajar. Y esta razon y modo de hablar no la pudo aprender en- cantado, sino cuando no lo estaba en Francia y en tiempo del refe- rido emperador Carlo Magno. Y esta averiguacion me viene pin- tiparada para el otro libro que voy componiendo, que es Suplemen- to de Virgilio Polidoro en la invencion de las antigüedades, y creo que en el suyo no se acordó de poner la de los naipes, como la pondré yo ahora, que será de mucha importancia, y mas alegan- do autor tan grave y tan verdadero como es el señor Durandarte. La cuarta es, haber sabido con certidumbre el nacimiento del rio Guadiana, hasta ahora ignorado de las gentes.-Vuesa merced tie- ne razon, dijo Don Quijote; pero querria yo saber, ya que Dios le haga merced de que se le dé licencia para imprimir esos sus libros, que lo dudo, á quién piensa dirigirlos.-Señores y grandes hay en España á quien puedan dirigirse, dijo el primo.-No muchos, res- pondió Don Quijote, y no porque no lo merezcan, sino que no quie- ren admitirlos, por no obligarse á la satisfacion que parece se debe al trabajo y cortesía de sus autores. Un príncipe conozco yo que puede suplir la falta de los demas con tantas ventajas, que si me atreviera á decirlas, quizá despertara la invidia en mas de cuatro generosos pechos'; pero quédese esto aquí para otro tiempo mas cómodo, y vamos á buscar adonde recogernos esta noche.-No le- jos de aquí, respondió el primo, está una ermita donde hace su ha- bitacion un ermitaño, que dicen ha sido soldado, y está en opinion de ser un buen cristiano, y muy discreto y caritativo ademas. Jun- to con la ermita tiene una pequeña casa, que él ha labrado á su


1 El principe à quien alude aquí Cervantes, es sin duda Don Pedro Fernandez de Castro, conde de Lémos, á quien dedicó esta Segunda Parte de Don Quijote.

TOMO II.

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