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Capítulo XXIII.

olvidada andante caballería, por cuyo medio y favor podria ser que nosotros fuésemos desencantados, que las grandes hazañas para los grandes hombres están guardadas.-Y cuando así no sea, respon- dió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja, cuando así no sea, ó primo digo, paciencia y barajar¹: y volviéndose de lado, tornó á su acostumbrado silencio sin hablar mas palabra. Oyéron- se en esto grandes alaridos y llantos acompañados de profundos ge- midos y angustiados sollozos. Volví la cabeza, y ví por las pare- des de cristal, que por otra sala pasaba una procesion de dos hile, ras de hermosísimas doncellas todas vestidas de luto con turbantes blancos sobre las cabezas al modo turquesco. Al cabo y fin de las hileras venia una señora, que en la gravedad lo parecia, asimesmo vestida de negro, con tocas blancas tan tendidas y largas que besa- ban la tierra. Su turbante era mayor dos veces que el mayor de alguna de las otras: era cejijunta, la nariz algo chata, la boca gran- de, pero colorados los labios: los dientes, que tal vez los descubria, mostraban ser ralos y no bien puestos, aunque eran blancos como unas peladas almendras: traia en las manos un lienzo delgado, y en- tre él, á lo que pude divisar, un corazon de carne momia, segun venia seeo y amojamado. Dijome Montesfuos, como toda aquella gente de la procesion eran sirvientes de Durandarte y de Belerma, que allí con sus dos señores estaban encantados, y que la última, que traia el corazon entre el lienzo y en las manos, era la señora Belerma, la cual con sus doncellas cuatro dias en la semana hacian aquella procesion y cantaban, ó por mejor decir, lloraban endechas sobre el cuerpo y sobre el lastimado corazon de su primo: y que si me habia parecido algo fea, ó no tan hermosa como tenia la fama, era la causa las malas noches y peores dias que en aquel encanta- mento pasaba, como lo podia ver en sus grandes ojeras y en su co- lor quebradiza: y no toma ocasion su amarillez y sus ojeras de es- tar con el mal mensil, ordinario en las mugeres, porque ha muchos meses y aun años que no le tiene ni asoma por sus puertas; sino del dolor que siente su corazon por el que de contino tiene en las 1 Dicho comun de tahures cuando perdian, y principio de la arenga, con que á los jugadores no- vatos ó chapetones, consolaban y daban el pésame de sus pérdidas los veteranos, que era esta: Pa- ciencia y barajar, nadie se aflija, señores, mas va en su salud, que el dinero ello se va y se viene, por eso le hicieron redondo para que rodase, esto es ser tahur, palos no se dan debalde, ¿donde irá el buey que no are? ¿ó dónde se hallará puesto seguro de contento en todo este amargo mundo? en buena casu estamos, aqui se pasa el tiempo sin decir mal de nadie, solo de aquel descomulgado Villan, que ordinariamente hace tragar hielea. (Así el licenciado Francisco de Luque Fajardo en

su Fiel Desengaño contra la ociosidad y los juegos, impreso el año de 1608, fol. 36 y 231, v.)