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Don Quijote.

aspetatores en la mortal tragedia. Las cuchilladas, estocadas, alti- bajos, reveses y mandobles que tiraba Corchuelo, eran sin número, mas espesas que hígado y mas menudas que granizo. Arremetia como un leon irritado, pero salíale al encuentro un tapaboca de la zapatilla de la espada del licenciado, que en mitad de su furia le detenia y se la hacia besar, como si fuera reliquia, aunque no con tanta devocion como las reliquias deben y suelen besarse. Final- mente, el licenciado le contó á estocadas todos los botones de una media sotanilla que traia vestida, haciéndole tiras los faldamentos como colas de pulpo: derribóle el sombrero dos veces, y cansóle de manera que de despecho, cólera y rabia asió la espada por la em- puñadura, y arrojóla por el aire con tanta fuerza, que uno de los labradores asistentes, que era escribano, que fué por ella, dió des- . pues por testimonio que la alongó de sí casi tres cuartos de legua, el cual testimonio sirve y ha servido para que se conozca y vea con toda verdad como la fuerza es vencida del arte. Sentóse cansado Corchuelo, y llegándose á él Sancho, le dijo:-Mia fe, señor bachi- ller, si vuesa merced toma mi consejo, de aquí adelante no ha de desafiar á nadie á esgrimir, sino á luchar ó á tirar la barra, pues tiene edad y fuerzas para ello, que destos á quien llaman diestros, he oido decir que meten una punta de una espada por el ojo de una aguja.-Yo me contento, respondió Corchuelo, de haber caido de mi burra, y de que me haya mostrado la esperiencia la verdad, de quien tan lejos estaba: y levantándose abrazó al licenciado, y que- daron mas amigos que de antes, y no quisieron esperar al escriba- no que habia ido por la espada, por parecerles que tardaria mucho, y así determinaron seguir por llegar temprano á la aldea de Qui- teria de donde todos eran. En lo que faltaba del camino les fué contando el licenciado las escelencias de la espada, con tantas ra- zones demostrativas, y con tantas figuras y demostraciones mate- máticas, que todos quedaron enterados de la bondad de la ciencia, y Corchuelo reducido de su pertinacia. Era anochecido, pero an- tes que llegasen les pareció á todos, que estaba delante del pueblo un cielo lleno de innumerables y resplandecientes estrellas. Oye- ron asimesmo confusos y suaves sonidos de diversos instrumentos, como de flautas, tamborinos, salterios, albogues, panderos y sona- jas, y cuando llegaron cerca, vieron que los árboles de una enra- mada, que á mano habian puesto á la entrada del pueblo, estaban todos llenos de luminarias, á quien no ofendia el viento, que enton-

ces no soplaba, sino tan manso, que no tenia fuerza para mover las