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Don Quijote.

rase de mas intimaciones y requirimientos, que todo seria de poco fruto, y que se diese priesa. En el espacio que tardó el leonero en abrir la jaula primera, estuvo considerando Don Quijote, si seria bien hacer la batalla antes á pié que á caballo, y en fin, se deter- minó de hacerla á pié, temiendo que Rocinante se espantaria con la vista de los leones: por esto saltó del caballo, arrojó la lanza y embrazó el escudo, y desenvainando la espada, paso ante paso, con maravilloso denuedo y corazon valiente se fué á poner delante del carro, encomendándose á Dios de todo corazon y luego á su seño- ra Dulcinea. Y es de saber, que llegando á este paso el autor de esta verdadera historia, esclama y dice:-¡0 fuerte y sobre todo en- carecimiento animoso Don Quijote de le Mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo Don Manuel de Leon, que fué gloria y honra de los Españoles caballe- ros! ¿Con qué palabras contaré esta tan espantosa hazaña, ó con qué razones la haré creible á los siglos venideros? 6 ¿qué alaban- zas habrá que no te convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérboles? Tú á pié, tú solo, tú intrépido, tú mag- nánimo, con sola una espada, y no de las del perrillo¹ cortadoras, con un escudo, no de muy luciente y limpio acero, estás aguardan- do y atendiendo los dos mas fieros leones que jamas criaron las afri- canas selvas. Tus mesmos hechos sean los que te alaben, valero- so Manchego, que yo los dejo aquí en su punto por faltarme pala- bras con que encarecerlos. Aquí cesó la referida esclamacion del autor, y pasó adelante, anudando el hilo de la historia, diciendo: que visto el leonero³ ya puesto en postura á Don Quijote, y que no podia dejar de soltar al leon macho, so pena de caer en la des- gracia del indignado y atrevido caballero, abrió de par en par la primera jaula donde estaba, como se ha dicho, el leon, el cual pa- reció de grandeza estraordinaria y de espantable y fea catadura. Lo primero que hizo, fué revolversa en la jaula donde venia echa- do, y tender la garra, y desperezarse todo: abrió luego la boca y bostezó muy despacio, y con casi dos palmos de lengua que sacó fuera se despolvoreó los ojos y se lavó el rostro: hecho esto sacó la cabeza fuera de la jaula y miró á todas partes con los ojos hechos

1 Llamábanse así estas espadas, porque tenian por marca un perro pequeño, grabado en su canal: fabricábalas Julian del Rey, arinero de Toledo, que tambien lo fué en Zaragoza, y que uraba igual- mente de otras marcas. 2 En el original del autor se diria acaso: en este punto. 8 Así en la primera edicion; pero estaria mas claro, si dijese: visto por el leonero: 6 viendo el leo.

nero, como se lee arriba.