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Don Quijote.

bada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan to- dos los recitantes iguales.-Si he visto, respondió Sancho.-Pues lo mesmo, dijo Don Quijote, acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontifices, y finalmente todas cuantas figuras se pueden introducir en una co- media; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, á todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.-¡Brava comparacion! dijo Sancho, aunque no tan nueva, que yo no la haya oido muchas y diversas veces, co- mo aquella del juego del ajedrez, que mientras dura el juego cada pieza tiene su particular oficio, y en acabándose el juego todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es co- mo dar con la vida en la sepultura.-Cada dia, Sancho, dijo Don Quijote, te vas haciendo menos simple y mas discreto.-Sí, que al- go se me ha de pegar de la discrecion de vuesa merced, respondió Sancho, que las tierras que de suyo son estériles y secas, esterco- lándolas y cultivándolas vienen á dar buenos frutos: quiero decir, que la conversacion de vuesa merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caido, la cultivacion el tiem- po que ha que le sirvo y comunico, y con esto espero de dar frutos de mí que sean de bendicion, tales que no desdigan ni deslicen de los senderos de la buena crianza que vuesa merced ha hecho en el agostado entendimiento mio. Rióse Don Quijote de las afectadas razones de Sancho, y parecióle ser verdad lo que decia de su en- mienda, porque de cuando en cuando hablaba de manera que le ad- miraba, puesto que todas ó las mas veces que Sancho queria hablar de oposicion y á lo cortesano, acababa su razon con despeñarse del monte de su simplicidad al profundo de su ignorancia: y en lo que él se mostraba mas elegante y memorioso, era en traer refranes, vi- niesen ó no viniesen á pelo de lo que trataba, como se habrá nota- do en el discurso desta historia. En estas y en otras pláticas se les pasó gran parte de la noche, y & Sancho le vino en voluntad de dejar caer las compuertas de los ojos, como él decia cuando queria dormir, y desaliñando el rucio, le dió pasto abundoso y libre. No quitó la silla á Rocinante, por ser espreso mandamiento de su se- ñor que en el tiempo que anduviesen en campaña, ó no durmiesen debajo de techado, no desaliñase á Rocinante, antigua usanza esta- blecida y guardada de los andantes caballeros, quitar el freno y col- garle del arzon de la silla; pero ¿quitar la silla al caballo? guarda:

y así lo hizo Sancho, y le dió la mesma libertad que al rucio, cuya