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CAPÍTULO VI.

los días de su vida: llevalde á casa y leelde, y veréis que es verdad cuanto dél os he dicho.—Así será, respondió el barbero. Pero ¿qué harémos destos pequeños libros que quedan?—Estos, dijo el cura, no deben de ser de caballerías, sino de poesía; y abriendo uno, vió que era La Diana de Jorge de Montemayor, y dijo (creyendo que todos los demas eran del mesmo género): estos no merecen ser quemados como los demas, porque no hacen ni harán el daño que los de caballerías han hecho, que son libros de entendimiento[1] sin perjuicio de tercero.—¡Ay señor, dijo la sobrina, bien los puede vuestra merced mandar quemar como á los demas; porque no seria mucho, que habiendo sanado mi señor tio de la enfermedad caballeresca, leyendo estos se le antojase de hacerse pastor, y andarse por los bosques y prados cantando y tañendo, y lo que seria peor, hacerse poeta, que segun dicen, es enfermedad incurable y pegadiza.—Verdad dice esta doncella, dijo el cura, y será bien quitarle á nuestro amigo este tropiezo y ocasion delante: y pues comenzamos por la Diana de Montemayor, soy de parecer que no se queme, sino que se le quite todo aquello que trata de la sabia Felicia, y de la agua encantada, y casi todos los versos mayores, y quédesele en hora buena la prosa y la honra de ser primero en semejantes libros.—Este que se sigue, dijo el barbero, es La Diana, llamada Segunda del Salmantino, y este otro que tiene el mesmo nombre, cuyo autor es Gil Polo.—Pues la del Salmantino, respondió el cura, acompañe y acreciente el número de los condenados al corral, y la de Gil Polo se guarde como si fuera del mesmo Apolo: y pase adelante, señor compadre, y démonos priesa, que se va haciendo tarde.—Este libro es, dijo el barbero abriendo otro, Los diez libros de Fortuna de Amor, compuestos por Antonio de lo Frasso, poeta sardo.—Por las órdenes que recebí, dijo el cura, que desde que Apolo fué Apolo, y las Musas Musas, y los poetas poetas, tan gracioso ni tan disparatado libro como ese no se ha compuesto, y que por su camino es el mejor y el mas único de cuantos deste género han salido á la luz del mundo; y el que no le ha leido, puede hacer cuenta que no ha leido jamas cosa de gusto: dádmele acá, compadre, que precio mas haberle hallado, que si me dieran

  1. Así en las primeras ediciones; pero debe reputarse por yero de imprenta, en lugar de libros de entretenimiento. Lo primero, porque si fueran escritos con entendimiento, no arrojara Cervantes algunos de ellos al corral. Lo segundo, porque la espresion de libros de entretenimiento es la comun, la consagrada y usada por Cervantes y demas autores que escribian con propiedad, para significar estos libros de invencion, que son de los que se trata aquí, como se pudiera probar con muchas autoridades.