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CAPÍTULO III.

y él dejó retirar á los herídos, y tornó á la vela de sus armas con la misma quietud y sosiego que primero. No le parecieron bien al ventero las burlas de su huésped, y determinó abreviar y darle la negra órden de caballería luego, antes que otra desgracia sucediese: y así, llegándose á él, se desculpó de la insolencia que aquella gente baja con él habia usado, sin que él supiese cosa alguna; pero que bien castigados quedaban de su atrevimiento. Díjole como ya le habia dicho, que en aquel castillo no habia capilla, y para lo que restaba de hacer tampoco era necesaria: que todo el toque de quedar armado caballero consistia en la pescozada y en el espaldarazo, segun él tenia noticia del ceremonial de la órden, y que aquello en mitad de un campo se podia hacer: y que ya habia cumplido con lo que tocaba al velar de las armas, que con solas dos horas de vela se cumplia, cuánto mas que él habia estado mas de cuatro. Todo se lo creyó Don Quijote, y dijo que él estaba allí pronto para obedecerle, y que concluyese con la mayor brevedad que pudiese; porque, si fuese otra vez acometido, y se viese armado caballero, no pensaba dejar persona viva en el castillo, eceto aquellas que él le mandase, á quien por su respeto dejaria. Advertido y medroso desto el castellano, trujo luego un libro, donde asentaba la paja y cebada que daba á los arrieros, y con un cabo de vela que le traia un muchacho, y con las dos ya dichas doncellas, se vino adonde Don Quijote estaba, al cual mandó hincar de rodillas, y leyendo en su manual, como que decia alguna devota oracion, en mitad de la leyenda alzó la mano, y dióle sobre el cuello un buen golpe[1], y tras él con su mesma espada un gentil espaldarazo, siempre murmurando entre dientes, como que rezaba. Hecho esto, mandó á una de aquellas damas que le ciñese la espada, la cual lo hizo con mucha desenvoltura y discrecion; porque no fué menester poca para no reventar de risa á cada punto de las ceremonias; pero las proezas que ya habian visto del novel caballero, les tenia la risa á raya. Al ceñirle la espada, dijo la buena señora:—Dios haga á vuestra merced muy venturoso caballero, y le dé ventura en lides.—Don Quijote le preguntó cómo se llamaba, porque él supiese de allí adelante á quién quedaba obligado por la merced recibida, porque pensaba darle alguna parte de la honra que alcanzase por el valor de su brazo.—Ella respondió con mucha humildad que se llamaba la To-

  1. Llamábase la pescozada, y la daban los mismos reyes cuando armaban caballeros, como se la dió el rey católico á Juan de Avecía, segun dice el P. Guardiola, con la cual se advertia á los caballeros noveles, que se dispertasen, y no se durmiesen en las cosas de la caballería.