las arrojó gran trecho de sí. Lo cual visto por Don Quijote, alzó los ojos al cielo, y puesto el pensamiento, á lo que pareció, en su señora Dulcinea, dijo: Acorredme, señora mia, en esta primera afrenta que á este vuestro avasallado pecho se le ofrece: no me desfallezca en este primero trance vuestro favor y amparo. Y diciendo estas y otras semejantes razones, soltando la adarga, alzó la lanza á dos manos, y dió con ella tan gran golpe al arriero en la cabeza, que le derribó en el suelo tan mal trecho, que si segundara con otro, no tuviera necesidad de maestro que le curara. Hecho esto, recogió sus armas, y tornó á pasearse con el mismo reposo que primero. Desde allí á poco, sin saberse lo que habia pasado (porque aun estaba aturdido el arriero), llegó otro con la mesma intencion de dar agua á sus mulos, y llegando á quitar las armas para desembarazar la pila, sin hablar Don Quijote palabra, y sin pedir favor á nadie, soltó otra vez la adarga, y alzó otra vez la lanza, y sin hacerla pedazos, hizo mas de tres la cabeza del segundo arriero, porque se la abrió por cuatro. Al ruido acudió toda la gente de la venta, y entre ellos el ventero. Viendo esto Don Quijote, embrazó su adarga, y puesta mano á su espada, dijo: ¡O señora de la fermosura, esfuerzo y vigor del debilitado corazon mio! ahora es tiempo que vuelvas los ojos de tu grandeza á este tu cautivo caballero, que tamaña aventura está atendiendo[1]. Con esto cobró á su parecer tanto ánimo, que si le acometieran todos los arrieros del mundo, no volviera el pié atras. Los compañeros de los heridos que tales los vieron, comenzaron desde lejos á llover piedras sobre Don Quijote, el cual lo mejor que podia se reparaba con su adarga, y no se osaba apartar de la pila, por no desamparar las armas. El ventero daba voces que le dejasen, porque ya les habia dicho como era loco, y que por loco se libraria, aunque los matase á todos. Tambien Don Quijote las daba mayores, llamándolos de alevosos y traidores, y que el señor del castillo era un follon y mal nacido caballero, pues de tal manera consentia que se tratasen los andantes caballeros, y que si él hubiera recibido la orden de caballería, que él le diera á entender su alevosía; pero de vosotros, soez y baja canalla, no hago caso alguno: tirad, llegad, venid y ofendedme en cuanto pudiéredes, que vosotros veréis el pago que llevais de vuestra sandez y demasía. Decia esto con tanto brio y denuedo, que infundió un terrible temor en los que le acometian: y así por esto, como por las persuasiones del ventero, le dejaron de tirar,
- ↑ Esperando.