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CAPÍTULO III.

guna nube alguna doncella ó enano con alguna redoma de agua de tal virtud, que en gustando alguna gota della, luego al punto quedaban sanos de sus llagas y heridas, como si mal alguno no hubiesen tenido: mas que en tanto que esto no hubiese, tuvieron los pasados caballeros por cosa acertada que sus escuderos fuesen proveidos de dineros y de otras cosas necesarias, como eran hilas y ungüentos para curarse: y cuando sucedia que los tales caballeros no tenian escuderos (que eran pocas y raras veces), ellos mesmos lo llevaban todo en unas alforjas muy sutiles, que casi no se parecian, á las ancas del caballo, como que era otra cosa de mas importancia; porque no siendo por ocasion semejante, esto de llevar alforjas no fué muy admitido entre los caballeros andantes: y por esto le daba por consejo (pues aun se lo podia mandar, como á su ahijado que tan presto lo habia de ser) que no caminase de allí adelante sin dineros, y sin las prevenciones referidas, y que veria cuan bien se hallaba con ellas cuando menos se pensase.Prometióle Don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba, con toda puntualidad: y así se dió luego órden como velase las armas en un corral grande que á un lado de la venta estaba, y recogiéndolas Don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto á un pozo estaba, y embrazando su adarga, asió de su lanza, y con gentil continente se comenzó á pasear delante de la pila, y cuando comenzó el paseo, comenzaba á cerrar la noche.

Contó el ventero á todos cuantos estaban en la venta la locura de su huésped, la vela de las armas, y la armazon de caballería que esperaba. Admiráronse de tan estraño género de locura, y fuerónselo á mirar desde lejos, y vieron que con sosegado ademan unas veces se paseaba, otras, arrimado á su lanza, ponia los ojos en las armas, sin quitarlos por un buen espacio de ellas. Acabó de cerrar la noche, pero con tanta claridad de la luna, que podia competir con el que se la prestaba, de manera que cuanto el novel caballero hacia, era bien visto de todos. Antojósele en esto á uno de los arrieros que estaban en la venta, ir á dar agua á su recua, y fué menester quitar las armas de Don Quijote, que estaban sobre la pila, el cual viéndole llegar, en voz alta le dijo:—¡O tú quien quiera que seas, atrevido caballero, que llegas á tocar las armas del mas valeroso andante que jamas se ciñó espada! mira lo que haces, y no las toques, si no quieres dejar la vida en pago de tu atrevimiento.=No se curó el arriero destas razones (y fuera mejor que se curara, porque fuera curarse en salud), antes trabando de las correas,