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DON QUIJOTE.
ron pasar adelante, y el Cura les pagó lo que se les debia: el Canónigo pidió al Cura le avisase el suceso de Don Quijote, si sanaba de su locura, ó si proseguía en ella, y con esto tomó licencia para seguir su viage. En fin todos se dividieron y apartaron, quedando solos el Cura y Barbero, Don Quijote y Panza y el bueno de Rocinante, que á todo lo que habia visto estaba con tanta paciencia como su amo. El boyero unció sus bueyes y acomodó á Don Quijote sobre un haz de heno, y con su acostumbrada flema siguió el camino, que el Cura quiso, y acabo de seis dias llegaron á la aldea de Don Quijote, adonde entraron en la mitad del dia, que acertó á ser Domingo, y la gente estaba toda en la plaza, por mitad de la cual atravesó el carro de Don Quijote. Acudieron todos á ver lo que en el carro venia, y cuando conocieron á su compatrioto, quedaron maravillados, y un muchacho acudió corriendo á dar las nuevas á su Ama y á su Sobrina, de que su tio y su señor venia flaco y amarillo y tendido sobre un monton de heno y sobre un carro de bueyes. Cosa de lástima fué oir los gritos que las dos buenas señoras alzaron, las bofetadas que se dieron, las maldiciones que de nuevo echaron á los malditos libros de caballerías, todo lo cual se renovó cuando vieron entrar á Don Quijote por sus puertas. A las nuevas de esta venida de Don Quijote acudió la muger de Sancho Panza, que ya habia sabido que habia ido con él sirviéndole de escudero, y así como vio á Sancho, lo primero que le preguntó, fué, que si venia bueno el asno. —Sancho respondió, que venia mejor que su amo. —Gracias sean dadas á Dios, replicó ella, que tanto bien me ha hecho; pero contadme agora, amigo, ¿qué bien habeis sacado de vuestras escuderías? ¿qué saboyana[1] me traeis á mí? ¿qué zapaticos á vuestros hijos? —No traigo nada deso, dijo Sancho, muger mia, aunque traigo otras cosas de mas momento y consideracion.—Deso recibo yo mucho gusto, respondió la muger: mostradme esas cosas de mas consideracion y mas momento, amigo mio, que las quiero ver, para que se me alegre este corazon, que tan triste y descontento ha estado en todos los siglos de vuestra ausencia. —En casa os las mostraré, muger, dijo Panza, y por agora estad contenta, que siendo Dios servido de que otra vez salgamos en viage á buscar aventuras, vos me vereis presto conde ó gobernador de una ínsula, y no de las de por ahí, sino lo mejor que pueda hallarse. —Quiéralo así el cielo, marido mio, que bien lo habe-
  1. Era una gala de muger, introducida de Saboya en España.