sado de moler y ser molido, le dejó luego, y Don Quijote se puso en pié volviendo asimismo el rostro adonde el son se oia, y vió á deshora que por un recuesto bajaban muchos hombres vestidos de blanco á modo de diciplinantes. Era el caso, que aquel año habian las nubes negado su rocío á la tierra, y por todos los lugares de aquella comarca se hacian procesiones, rogativas y diciplinas, pidiendo á Dios abriese las manos de su misericordia y les lloviese y para este efecto la gente de una aldea que allí junto estaba, venia en procesion á una devota ermita, que en un recuesto de aquel valle habia. Don Quijote que vió los estraños trages de los diciplinantes, sin pasarle por la memoria las muchas veces que los habian de haber visto, se imaginó que era cosa de aventura, y que á él solo tocaba, como á caballero andante, el acometerla: y confirmóle mas esta imaginacion, pensar que una imágen que traian cubierta de luto, fuese alguna principal señora, que llevaban por fuerza aquellos follones y descomedidos malandrines: y como esto le cayó en las mientes, con gran ligereza arremetió á Rocinante que paciendo andaba, quitándole del arzon el freno y el adarga, y en un punto le enfrenó, y pidiendo á Sancho su espada, subió sobre Rocinante y embrazó su adarga, y dijo en alta voz á todos los que presentes estaban: —Agora, valerosa compañía, verédes cuanto importa que haya en el mundo caballeros que profesen la orden de la andante caballería: agora digo, que verédes en la libertad de aquella buena señora que allí va cautiva, si se han de estimar los caballeros andantes: y en diciendo esto apretó los muslos á Rocinante, porque espuelas no las tenia, y á todo galope (porque carrera tirada no se lee en toda esta verdadera historia que jamas la diese Rocinante) se fué á encontrar con los diciplinantes: bien que fueron el Cura y el Canónigo y Barbero á detenerle, mas no les fué posible, ni menos le detuvieron las voces que Sancho le daba, diciendo: —¿Adonde va, señor Don Quijote, qué demonios lleva en el pecho que le incitan á ir contra nuestra fe católica? Advierta, mal haya yo, que aquella es procesion de diciplinantes, y que aquella Señora que llevan sobre la peana, es la imagen benditísima de la Virgen sin mancilla: mire, señor lo que hace, que por esta vez se puede decir, que no es lo que sabe. Fatigóse en vano Sancho, porque su amo iba tan puesto en llegar á los ensabanados y en librar á la señora enlutada, que no oyó palabra, y aunque la oyera, no volviera si el rey se lo mandara. Llegó pues á la procesión, y paró á Rocinante, que ya llevaba deseo de quietarse un poco, y con turbada y ronca
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CAPÍTULO LII.