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CAPÍTULO LI.

que fué causa de suspender y poner en balanza la voluntad del padre, á quien parecia, que con cualquiera de nosotros estaba su hija bien empleada: y por salir de esta confusion, determinó decirselo á Leandra (que así se llama la rica que en miseria me tiene puesto), advírtiendo, que pues los dos éramos iguales, era bien dejar á la voluntad de su querida hija, el escoger á su gusto: cosa digna de imitar de todos los padres que á sus hijos quieren poner en estado. No digo yo que los dejen escoger en cosas ruines y malas, sino que se las propongan buenas, y de las buenas que escojan á su gusto. No sé yo el que tuvo Leandra; solo sé, que el padre nos entretuvo á entrambos con la poca edad de su hija y con palabras generales, que ni le obligaban ni nos desobligaban tampoco. Llámase mi competidor Anselmo y yo Eugenio, porque vais con noticia de los nombres de las personas, que en esta tragedia se contienen, cuyo fin aun está pendiente, pero bien se deja entender que ha de ser desastrado. En esta sazon vino á nuestro pueblo un Vicente de la Rosa, hijo de un pobre labrador del mismo lugar, el cual Vicente venia de las Italias y de otras diversas partes, de ser soldado. Llevóle de nuestro lugar, siendo muchacho de hasta doce años, un capitan, que con su compañía por allí acertó á pasar, y volvió el mozo de allí á otros doce, vestido á la soldadesca, pintado con mil colores. LLeno de mil diges de cristal y sutiles cadenas de acero. Hoy se ponia una gala y mañana otra, pero todas sutiles, pintadas, de poco peso y menos tomo. La gente labradora, que de suyo es maliciosa, y dándole el ocio lugar, es la misma malicia, lo notó, y contó punto por punto sus galas y preseas, y halló que los vestidos eran tres de diferentes colores, con sus ligas y medias; pero él hacia tantos guisados é invenciones dellas, que si no se los contaran, hubiera quien jurara, que habia hecho muestra de mas de diez pares de vestidos, y de mas de veinte plumages: y no parezca impertinencia y demasía esto que de los vestidos voy contando, porque ellos hacen una buena parte en esta historia. Sentábase en un poyo que debajo de un gran álamo está en nuestra plaza, y allí nos tenia á todos la boca abierta, pendientes de las hazañas que nos iba contando. No habia tierra en todo el orbe que no hubiese visto, ni batalla donde no se hubiese hallado: habia muerto mas moros que tiene Marruecos y Túnez, y entrado en mas singulares desafios, segun él decia, que Gante y Luna, Diego Garcia de Paredes y otros mil que nombraba, y de todos habia salido con vitoria, sin que le hubiesen derramado